ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Piscinas con derecho a Giralda

ME entusiasma el mar porque no cambia: siempre es el mismo paisaje el que te ofrece su intacta línea de horizonte. Por mucho dinero y mucho poder que tenga, ningún ayuntamiento te puede plantar en medio del mar las setas de la Encarnación, ni llenarlo de catenarias para el tranvía. Si me está leyendo usted como los duros antiguos, «a la orillita del mar», mire el horizonte y siéntase como un dios por encima del tiempo. Esa mar que usted contempla en Punta Umbría, en Conil, en La Antilla, es la mismísima que miraron los andaluces del siglo XVIII, del XIX, los tartesios y los fenicios, los romanos y los moros. Los únicos cambios consisten en que usted quizá ve un catamarán en vez de un galeón o unos yatecitos en lugar de unas galeras reales. Pero el paisaje de la mar permanece inalterable. Privilegio que no tenemos ni en el campo ni en la ciudad. De la ciudad, ya he dado tres pinceladas (sin Jaylu, pero con catenarias). Y del campo suelo decir que tú te compras una casita en un paraje maravilloso, ante un paisaje de ensueño, y cuando más contento estás con tu contemplación de la vega o de la sierra, viene un cateto con dinero y te hace una nave industrial para los tractores delante de tu tesoro, y a tomar por saco la poesía bucólica.

En Sevilla nos quedan como trozos de horizontes de mar, inalterables, a los que hay que aferrarse como un náufrago a su guindola. Uno de ellos es la Giralda. Dependiendo desde dónde la mires, la Giralda puede ofrecerte, como si fuera el mar con atauriques (endecasílabo), un paisaje por encima del tiempo. Te pones en la esquina de Alemanes con Placentines, miras al cielo, y la Giralda que contemplas es la misma que aparece en el grabado de Farfán. Te vas a Mateos Gago (pronúnciese Mateojago, a la sevillana), te pones en la esquina de Rodrigo Caro, y ves la misma Giralda que retrataron los turistas que venían a la Exposición Iberoamericana.

Pienso en el mar y en la Giralda porque con el estadillo de cargos de la tarjeta de crédito en este mes (¡tós tiesos!) me ha llegado el habitual tríptico de propaganda turística y comercial que manda American Express aprovechando el sobre y el sello. Y viene allí el anuncio de un nuevo hotel sevillano, con una fotografía prodigiosa, de un lugar increíble: una piscina al mismísimo pie de la Giralda. El campanario se refleja sobre las azules aguas de los chorritos y las escalerillas de acero para subirse después del chapuzón. ¿Una ficción artística del pintor Amalio, en sus ensoñaciones de la Giralda? No, es el hotel nuevo de la calle Alemanes, donde estaban las casas del anticuario Andrés Moro. Donde hay siempre a la puerta un botones negro de diseño, como el maniquí que tenía Javier Sánchez Dalp en el escaparate de su tienda de telas de la calle San Eloy, pero de carne y hueso. En el hotel Eme Fusión, que así se llama, repiten el prodigio antiguo del Doña María: la piscina de hotel al pie de la Giralda. Sevilla tiene, por falta de uno, dos hoteles con piscina a la misma sombra de la Giralda: por la cara de Levante, la clásica piscina del Doña María, donde se retrató un día Jorge Luis Borges «en el cóncavo azul de la mañana» (endecasílabo); por la cara Norte, la piscina del Eme Fusión. Dan ganas de meterse a turista, venirse a Sevilla con el bañador en la maleta, reservarse cuarto en esos hoteles y pegarse el bañito mientras repica la Giralda a la hora del Angelus. Y matar luego de envidia a los amigos. Porque lo mejor de esas piscinas es hacerse la foto en bañador y pingueandito con la Giralda al fondo, para luego refregársela por la cara a los envidiosos, ¡toma ya Caribe!

A veces pienso que no sabemos lo que tenemos en la ciudad maltratada. ¿Hay en el mundo algo como estas insólitas piscinas de la Giralda? ¿Hay en París un hotel con una piscina al pie de la Torre Eiffel? ¿Lo hay en Pisa, donde puedas bañarte al pie de la torre inclinada? ¿Existe en Nueva York, siendo Nueva York, una piscina en todo lo alto de una azotea con el Empire State allí mismito? ¿Tiene el Danielli de Venecia una piscina con derecho a foto en bañador con el Campanile detrás? Como la inalterable belleza de la línea de horizonte del mar, es una maravilla lo mucho que nos queda de esta Vieja Dama que fue tan guapa y que «resiste tan jirocha en su hermosura/, por muchas perrerías que le hagan» (toma ya, dos endecasílabos por falta de uno).

 

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