ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El último dadaísta de Cádiz

EN Cádiz hay de todo. Por haber, hay hasta dadaístas. Dadaístas vivos, fuera de los museos y de las bibliotecas. Dadaístas que siguen en pleno proceso de creación cuando se acerca febrero y suena un bombo y una caja. Creadores de un dadaísmo popular, surgido de las entrañas de la negación de la lógica y del orden establecido, como una forma no de vivir, sino de buscar la vida... y de encontrarla. Yo he conocido y admirado a uno de estos últimos dadaístas de Cádiz. Hacía surrealismo en cada frase. Era el creador de obras cumbres de este dadaísmo popular gaditano, que no lo mejora Gómez de la Serna y que resumió en sus grandes inventos: el pelachícharos, el ablandacoles, el partebabetas y las albóndigas cuadrás marca El Gorila.

—¿Pero las albóndigas cuadrás no son más bien del timo de la nueva cocina más que del dadaísmo popular? El del bulle bulle del Bulli y el arsa pilili del Arzak, ¿no se han hecho ricos acaso inventando las albóndigas cuadrás? No sé si marca El Gorila o marca Los Gorilas de Fletilla, pero inventarlas, las han inventado.

Pues en ese caso, mi querido amigo aficionado a que le roben la cartera por el procedimiento de la tortilla desestructurada y de la reducción de muergos hidrogenizados, resulta que en Cádiz inventaron también, aparte del dadaísmo, la nueva cocina. No, si en Cádiz se ha inventao tó: el parlamentarismo, la soberanía nacional, la Constitución, el liberalismo, la lotería, las barbacoas del Trofeo y las albóndigas cuadrás.

Así que apunten. El dadaísmo no nació en Zurich, sino en la mismísima Cuna de la Libertad. Y sus grandes autores fueron, a saber: Tristán Tzara, Marcel Duchamp, Max Enrnst y Agustín González «El Chimenea». El último de los dadaístas. El Rey del Trabalenguas: «Acetato con bicarbonato, pescuezo de pato, hueso de aceituna, a las tres, a las dos y a la una, y si esto se pone con guasa, yo cojo el cohete y me voy a la Luna». El Chimenea, asuntati gigantesco, ¡asalto a las papas fritas!, maestro de los discursos dadaístas en camelo, acaba de morir. Completamente del todo, que apostillaría él. No en plan agropecuario, pipirigaña, azanahoriático, acocodrilado y mojarrítico, sino de verdad, que es la más desangelada forma de la mentira. Y a mí me queda ahora una sonrisa de recuerdo de todas sus genialidades. Como me queda en mi pedantoteca de premios y placas de la Tacita de Placas el pito de caña de los que hacía y que me regaló, con mi nombre, cuando di el pregonati del Carnavalati por febrerati: «El pito de Burgos». Cómo sería de dadaísta Agustín el Chimenea que hacía de caoba los pitos de caña. Y hacía de plata, plata quieta de las olas de la Caleta, sus geniales discursos. Ya digo, el último de los surrealistas, el primero de los dadaístas gaditanos. Yo pongo ahora, como si fuera una casé de Izquierdo con «Los pitirolos», con «Los tunos tunantes» o con «El alcalde de Zalamea en versión del Chimenea», su gran discurso sobre el hallazgo de la tumba del último fenicio, otro colega:

«La momia en una mano tenía una pulsera de piedras preciosas, una bolsa de arropías que estaban empalagosas, cuatro tajás de sandía, tres alfileres de palo y el turbante del moro Muza, y más de media perola de pescao en subrehúsa. Un tarro de crecepelos, ciento veinticinco horquillas, lo menos cuarenta velos, tres losas de macetilla y los flecos de un plumero. El sarcófago traía siete monedas de plata metidas en una alcancía colgada de una alcayata y una lata escondía debajo de una alpargata y un letrero que decía: “Veneno para las ratas”. Según los historiadores y arqueólogos presentes la momia tuvo dolores entre la espalda y el vientre, y que hacía volaores con gorros de penitente. Según un pergamino traficaba su marido con orégano y estrobos, y ese fue el primer fenicio que en San Fernando hizo el bienmesabe en adobo...»

Cádiz le ha dicho adiós a Agustín el Chimenea. Se ha ido acompañado por el viñero Jesús Monzón, uno de «Los Hombres del Mar» de Paco Alba, uno de los defensores de «Nuestra Andalucía» de Pedro Romero. ¡Vaya leva de antifaces de oro! Yo no le digo adiós al Chimenea. En un estante del escritorio, su pito de caña, con la caoba antillana de un galeón, me sigue tocando el trabalenguati del asuntati del ultimati dadaismati surrealistati gaditanati. Dadaísmo tan vivo y popular como una caballa acabaíta de pescar.

 

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