ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Memoria de adoquines de Gerena

EN esa página veraniega de las fotos antiguas de la hemeroteca de ABC que tanto me recuerda al «Casco Antiguo» de mi maestro el difunto don Abel Infanzón, q.s.G.h., venía el otro día una de la calle Tetuán en los años 50 que ahora nos parece insólita. La recordarán, como quizá se acuerden del espléndido texto que le escribía Aurora Flórez. Una cuadrilla de albañiles adoquinaba la calle Tetuán. Concretamente, la entrada desde la Plaza Nueva, donde ahora está la Óptica General, en lo que fue la esquina del Café Hernal (acrónimo de los apellidos de su dueño, Hernández Nalda), en cuyos altos de café cantante con sesión vermú debutaron en Sevilla las dos blancas gardenias y las dos negras maracas de Antonio Machín. Los canteros de Gerena, mazo en mano, ponían los adoquines de esa entrada de Tetuán donde en la foto aparecía la acera del Banco de Bilbao igual que está ahora. Era una calle Tetuán de chaquetas blancas y gafas manoletinas de sol, por la que pasaba el tranvía de la Ronda y circulaban los coches. Circulación que, por cierto, daba origen al juego sevillano de los siete errores del Studebaker del azulejo del Sport, donde ahora está la Joyería Chico. Ante el retablo cerámico publicitario de Enrique Orce, con el paisaje idílico del descapotable ante el Pensador de Rodin marchando como hacia la Plaza Nueva, te preguntaban qué defecto le encontrabas al coche. Tras mirar detenidamente aquello, no hallarlo y darte por vencido, el guasón de turno te decía:

—¡Pues que el coche va en contramano! ¿Tú no ves que va hacia la Plaza Nueva?

En esa calle de coches del Sport en contramano estaban trabajando los canteros de Gerena, con sus sombreros de palma, con sus camisas arremangadas, adoquinando Tetuán con el granito del que fue pavimento de la modernidad en Sevilla, frente a los viejos empedrados, o a las calles enladrilladas, o a los pavimentos terrizos y polvorientos con las aguas fétidas por el arroyo de la corriente. Y me quedé con esa estampa antigua.

Estampa que, de una forma mucho más sorprendente que la vieja foto sepia del ABC, volví a encontrarme la otra mañana, vivita y coleando. Iba de Argote de Molina hacia la Alfalfa, por la esquina de La Gota de Leche, y me encontré en la plazoleta de la iglesia de San Alberto la vieja foto de los canteros de la calle Tetuán, pero de verdad y en 2008, hecha vida y pulso de la ciudad: una cuadrilla de albañiles estaba adoquinando la calle Manuel Rojas Marcos, de los Filipenses a San Isidoro. Adoquinando de verdad. Con adoquines de Gerena de toda la vida. Con sus cuerdas de niveles y sus plomadas marcando niveles de bordillos y correntías del arroyo. Con sus mazos de madera, colocando pieza a pieza el mosaico de la memoria de nuestra calles, al que sólo le faltaban los railes del tranvía y las llantas de los carros. Las voces de los albañiles parecían tan antiguas como su viejo oficio cantero:

—No pisar por aquí, que la lechada está fresca...

La lechada de cemento en la llaga de las juntas de los adoquines. Como la recordaba de niño, cuando de madrugada venía el feísimo y gris tranvía de las herramientas y arreglaban la vía en la Avenida, y por la mañana los albañiles volvían a reponer los adoquines, como un exacto rompecabezas, como un puzle mágico.

Y seguí por Manuel Rojas Marcos adelante, hacia La Costanilla de San Isidoro, por donde estaba la Academia Barrón-Aizpuru y donde el sotanillo del Mesón del Estudiante. Y se me volvió a aparecer otra estampa de foto antigua, ahora en la nostalgia de lo no vivido, que decía Rafael Montesinos. Habían levantado los adoquines de toda la calle. Los tenían amontonados al fondo, en la esquina de San Isidoro con Luchana. El montón de adoquines me recordó de golpe otras viejas fotos: las barricadas de San Julián o de San Marcos en la Sevilla de julio de 1936. Pero sales a la plazoleta y no hay por fortuna más guerra que la de la herida del tiempo sobre la carne viva de la ciudad. Maravillosos adoquines de siempre, fuera del tiempo, en esta Sevilla de piel insensible. Aunque ahora que lo pienso, sí, en San Isidoro la otra mañana había una barricada de esta guerra, hecha con los adoquines que habían levantado en la calle Manuel Rojas Marcos. La barricada de la berroqueña permanencia de Sevilla, que resiste en la memoria gris de sus perfectos adoquines de Gerena.

 

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