ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Gorrones de Madonna

Hoy me he sentido como don Alvaro Domecq, pero sin "Espléndida". Cuando don Alvaro Domecq Díez, aquel gran patricio andaluz, aquel gran señor del caballo y del campo bravo, llegaba a la plaza de los toros con su hijo Alvarito directamente desde Jerez, el mecánico (que es como la gente bien de Jerez le dice al chófer) lo dejaba en la mismísima Puerta del Príncipe. Como quien hace el paseíllo o preside la corporación municipal bajo mazas, don Alvaro se encaminaba hacia la entrada de la plaza y era entonces cuando siempre lo abordaban dos o tres chavales de los que quieren ser toreros y salir a hombros por esa puerta un día:

-- Don Alvaro, ¿le sobra a usted algo?

A don Alvaro le sobraba siempre señorío, sabiduría, elegancia, conocimiento del campo, amor a nuestra tierra y hasta arte para plumear a caballo sus recuerdos, como memoriales con mosquero, baticola y manta estribera. Pero no era por esas sobrajas por las que le preguntaban los becerristas. Era por las entradas de más que don Alvaro pudiera llevar en el bolsillo junto con las de su abono de la barrera de los capotes. Yo creo que se lo preguntaban mayormente para escuchar el buen ánimo y la delicadeza del gran señor, cuando respondía a los aficionadetes:

-- No, hijo, no me sobra nada.

Tal que como don Alvaro a la entrada de los toros me sentí ayer, porque bien temprano me llamó una amiga y sin más preámbulo, vamos, como si me acabara de bajar del coche que me traía desde Jerez, me dijo en la mismísima Puerta del Príncipe de la mañana:

-- ¿Te sobra algo para lo de Madonna?

-- Sí, me sobran ganas de salir corriendo para no tener que ir. No hay Guardia Cvivil suficiente como para obligarme a mí a ir a escuchar a esa señora...

-- Entonces, ¿no te sobran entradas?

-- ¿Por qué me van a sobrar? Ni me sobran ni me faltan; es que de Madonna me quedo con la última sílaba de su nombre. Yo, de Maddon, ná.

-- No, hombre te llamaba porque como a ti te invitan a todo...

Me di entonces cuenta de que estaba ante un caso clásico de gorroneo. Mi amiga era una Gorrona de Invitaciones. Pertenece a ese grupo que se cree que las taquillas viven del aire y que El Bahía se dedica a su oficio como si la reventa fuera una ONG. El Gorrón de Invitaciones existe, y con el concierto de Madonna está en todo su esplendor. ¿Usted se imagina la cantidad de telefonazos que están teniendo que pegar en estos días esas secretarias de la Junta y del Ayuntamiento, de las empresas públicas y de los consejos audiovisuales y mariscadores, a ver si le mandan las entradas VIP a su jefe?

-- Hola, buenos días, soy la secretaria del director general de Infraestructuras Lúdicas Integrales de la Junta, y te llamo porque aún no hemos recibido las invitaciones para lo de Madonna...

-- Ni las van ustedes a recibir. En todo caso, pidan ahí alguna de las 23,574 entradas de protocolo, vamos, de gañote, que hemos tenido que mandar a la Junta o de las 15,824 que hemos tenido que dar al Ayuntamiento, porque si no, no hay tu tía...

Con Madonna se inaugura la temporada del "oye, ¿a ti te han invitado a...?" Que es la pregunta que pone en movimiento compulsivo al Gorrón de Invitaciones para mangar la suya como sea. En el concierto de Madonna, cuando vean la zona VIP, podrán admirar allí a todos los que superaron positivamente la prueba del algodón de la pregunta del "oye, ¿a ti te han invitado a...?". Aquello estará así de gañotes institucionales y de pintamonas oficiales del Reino de Sevilla. Porque el Gorrón de Invitaciones le echa tal cara a lo suyo, que no hay quien le diga que no cuando, por sí o por secretaria interpuesta, llama para preguntar qué hay de lo mío. Y cuando le dicen que cuántas invitaciones quiere, así, sin darle la menor, importancia, a ver si cuela, va el tío y suelta:

-- No, pocas: con veinte que nos mandes nos podemos aviar perfectamente en la Delegación...

 

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