ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¡Viva el Rocío del Carambolo!

CUANDO, hace ahora 50 años, un albañil que estaba con la espiocha dalequetepego en las obras del Tiropichón descubrió por azar el Tesoro del Carambolo, nacía una leyenda hermosísima. La creó don Juan de Mata Carriazo y Arroquia, un catedrático de Historia medio poeta. Un hombre finísimo, de la Institución Libre de Enseñanza y de Izquierda Republicana. Que para que se vea lo falsos que son los embustes de la Memoria Histórica, aunque todo el mundo conocía sus ideas, y que fue director del Instituto Escuela que la República montó en Villasís cuando echaron a los jesuitas, y que hizo la guerra en la Universidad de Valencia, en zona roja, era respetadísimo en la Sevilla de mediados del XX, y nadie le molestaba en su cátedra de Prehistoria e Historia Antigua y Media de Filosofía y Letras, donde enseñaba con toda libertad. Que cuando se descubrió el Carambolo llamaran a un rojo para investigarlo evidencia lo que fue la concordia que estos tíos se han cargado con su paredón portátil.

Desde el rigor del arqueólogo, Carriazo levantó una preciosa leyenda: «Un tesoro digno del rey Argantonio», dijo. Y popularizó a Tartesos, más allá de los rigores teutónicos de Schulten o del Instituto Arqueológico Alemán que excavaba en Mulva. A Argantonio, el mítico rey de Tartesos, lo hizo casi tan popular como a Hércules, el de las columnas de la Alameda. Todo el mundo se sentía orgulloso de nuestros antepasados tartésicos, los refinadísimos sevillanos que tenían una Joyería Reyes en el Carambolo, los que escribían sus leyes en verso cuando Cartago era un poblacho de pescadores y Roma, una aldea de pastores.

Como suele ocurrir con las leyendas sevillanas más líricas, aun cuando la del Tartesos fuera creada por un arqueólogo riguroso, ha venido el Tío Paco de los Historiadores con las rebajas. Nada, estos historiadores tiran por tierra los sueños más poéticos. Carmen no existió, ni gastaba navaja. Fígaro nunca tuvo una barbería, trabajaba en la Junta. Y Mañara no era Don Juan Tenorio, con lo que tiene mucho menos mérito, ya que no fue un pervertidor de monjas que se metiera a santo. En El Carambolo, según explicaba Ángel Pérez Guerra en su gran reportaje, igual. Han llegado los historiadores y han dicho que de Tartesos, ni mijita: fenicio y va que chuta. Y que ni Argantonio ni niño muerto, que aquello era un santuario de Astarté.

—No estoy de acuerdo con usted, Burgos: estos señores, sí, han echado por tierra la tesis tartésica de Carriazo. Han adelantado el reloj de la Historia, que Carriazo lo tenía muy atrasado, en Tartesos. Y lo han puesto en Fenicia en punto. Pero no me negará usted que han creado otra leyenda, más nuestra si cabe. Y más cercana. Donde Carriazo veía un fondo de cabaña tartésico, ellos han encontrado un santuario fenicio. Al cambio, vamos, un Rocío. Y Pérez Guerra lo explicaba bien clarito: cómo no sería de famoso aquel Rocío de Astarté, que hasta había casas de hermandad. Y de carriolas fenicias, ni te cuento.

Así que en el Carambolo hermoso, cantaban los fenicios, nadie se pique, que se lleva la palma Villamanrique. ¡Qué pedazo de casa tenía Huelva en el Rocío del Carambolo! ¿Y Triana? Ni te cuento. ¡La de famosos fenicios que hacían el camino con Triana, qué rumbo, qué señorío! Los vellos de punta se me ponen, usted, evocando aquellos lunes de Baal, cuando los caramboleños, qué tíos más brutos, sacaban a Astarté en procesión, Cuesta de Castilleja arriba, y se reunía allí el famoso millón de peregrinos fenicios.

¿Y la presentación? ¿Dónde me dejan la presentación? Cuando desde lo alto del cerro se ponía ese caramboleño de la Hermandad Matriz:

—¡Adelante la caballería de la hermandad de Gadir!

Don Juan de Mata, en el Jueves, encontró el que llamó «Bronce Carriazo», y lo creyó una pieza tartésica de orfebrería. Ahora encaja esa pieza en el rompecabezas de la Historia. Era, en realidad, una medalla mú vieja, con un cordón renegrío, que apenas se ve la cara de Astarté, por eso se confundió Carriazo. Que lo que le pasaba es que, por laico y rojeras, no jamaba el Rocío. En cuanto a las leyes en verso, eran en realidad letras de sevillanas caramboleras. Así que, muerto el Tartesos de Carriazo, ¡viva el Rocío fenicio del Carambolo!

 

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