ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Una heroica suscriptora de ABC

AQUEL día de febrero de 1936, un maestro sastre de Sevilla llamado Antonio Burgos Carmona se encaminó a las oficinas de ABC. El Frente Popular acababa de ganar las elecciones, y su padre, Antonio Burgos Sánchez, conocedor del paño de la condición de los españoles como antiguo jornalero, soldado en la guerra de África cuando el Barranco del Lobo, cochero de casa bien, crupier hasta que el general Primo de Rivera prohibió el juego y luego reconvertido camarero, le había advertido:

—Hijo mío, no te signifiques, que tú tienes clientes de derechas y clientes de izquierdas y tienes que comer. Yo que tú me daba de baja como suscriptor del ABC, lo está haciendo mucha gente, lo oigo todas las tardes en el Hernal.

El alfayate, buen hijo, cumplió el consejo paterno. Y desde aquel día de febrero de 1936 dejó de llegar la suscripción de ABC a su sastrería, que estaba entonces en la Avenida de la Libertad, 26, como antes lo había estado en Gran Capitán, 26 y luego, sin moverse de sitio, habría de estarlo, con los cambios de regímenes y de números de gobierno, en Avenida Queipo de Llano, 22 y Avenida de la Constitución, 22.

El tiempo, en breve, le dio la razón sobre la suscripción de ABC a aquel andaluz sabio aunque iletrado que fue mi abuelo. Cuando ya había estallado el Movimiento y parecía que la guerra iba a durar poco, con la bandeja de camarero en la mano, con su largo mandil blanco llegándole hasta los pies del esmoquin, se lo comentaba a sus clientes habituales en las tertulias de los altos del Café Hernal, donde una tarde por cierto le había servido a un tal José Antonio Primo de Rivera, que lo apuntó en Falange. Desde el Madrid que aún no habían tomado las columnas de Yagüe llegaban las noticias del terror rojo, que avalaban su precaución y miedos:

—Yo ya se lo dije a mi Antoñito, que lo han movilizado y está ahora el pobre en el frente del cinturón de hierro de Bilbao: date de baja como suscriptor de ABC, hijo. Y en Madrid, ya ve usted lo que ha pasado, que lo dijo anoche Unión Radio Sevilla: que están fusilando a mucha gente de derechas porque han cogido las listas de suscriptores de ABC.

Yo creía que, superados por la concordia constitucional, habían pasado ya a la Historia aquellos tiempos del terror del pleno al 36 de odio y revancha que tan bien se conocía mi abuelo, el crupier reconvertido en camarero.

Estaba equivocado.

Con mucho cuidadito y tras grandes esfuerzos e inversiones de dinero público, estos señores han conseguido cargarse aquel clima de concordia que la Monarquía trajo a la transición y si eres suscriptor de ABC, de momento empiezas otra vez a ser sospechoso, y después ya veremos. En la misma Sevilla donde mi abuelo le recomendaba a mi padre que se diera de baja de ABC, a una señora no la han fusilado todavía por ser suscriptora, pero parece que vamos camino de ello.

En la Audiencia de Sevilla se va a celebrar la vista oral del llamado «Caso Macarena» de las facturas falsas del Ayuntamiento, proceso en el que unos cabezas de turco son acusados de presuntos delitos de malversación de fondos públicos y falsedad, en unos hechos por los que, oh milagro, no hay encartado concejal alguno ni nadie del equipo de gobierno de la coalición de perdedores entre socialistas y comunistas que arrebataron el poder al PP que sacó mayoría en las urnas. Y como inicio del proceso judicial, se ha constituido el jurado popular que habrá de emitir su veredicto. Lo cual no tendría mayor importancia si no hubiera prevalecido ante la Sala la tesis de los abogados de la defensa, que han recusado como jurado a una señora, dicen que persona serena, joven, con muy buena formación, ¿saben ustedes por qué incompatibilidad inconfesable y socialmente peligrosísima? Pues porque en la entrevista de selección le preguntaron si leía con asiduidad, y respondió:

—Sí, leo el ABC todos los días, soy suscriptora.

¡Anatema sit! Los suscriptores de ABC, naturalmente, son potenciales peligrosos sociales. ¿Cómo va a estar en un jurado popular una señora que por su lectura diaria tiene inoculados virus tan dañinos como la libertad, la verdad y la independencia? Hombre, si por lo menos fuera suscriptora de «Público» o leyera el pasquín de Enrique Sopena...

 

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