ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Crucifijos que nunca retirarán

Aseguran que corren tiempos de Cristofobia. Qué antigüedad. Esa cinta ya la han puesto en la moviola de la Historia de Sevilla. Esa película ya la han proyectado en este salón. Ya la hemos visto. Es como cuando en los viejos cines de sesión continua entrábamos con la película ya bastante empezada y comenzábamos a verla por la mitad. Y tras el «The end» y los anuncios de Movierecord, y los tráileres de «próximamente en este salón», y el apagado de pantalla y encendido de las luces de la sala con la proyección de la diapositiva «Descanso, bar en el entresuelo», se iniciaba otra vez finalmente la proyección del arranque de la cinta, y entonces empezábamos a comprender por qué el malo había matado a la muchacha y por qué la guapa se había ido con el del tatuaje en el brazo. Y en un momento, le decíamos al amiguete que iba con nosotros, o a la novia:

—Vámonos, aquí llegamos.

En lo de la guerra de los crucifijos pasa igual. Cuando he visto que el Gobierno retira los crucifijos de las escuelas, he recordado la historia de Sevilla durante la II República, la Ley de Congregaciones, la campaña anticatólica tras las Constituyentes de 1931, la huelga de cofradías en 1932, la salida de La Estrella aquel Jueves Santo. Y cuando en esta moviola de la Historia he vuelto a escuchar el eco de la saeta de La Niña de la Alfalfa («Se ha dicho en el banco azul/que España ya no es cristiana»), le he dicho al teclado de este ordenata con el que escribo:

—Vámonos, que aquí llegamos. Aquí, en la retirada de crucifijos, llegamos en 1931 a esta película, en la sesión continua de la Historia de Sevilla.

Pero tranquilos, que por mucho que quieran quitar los crucifijos de las escuelas, hay Cruces de Sevilla que nunca retirarán. Nunca las retiraron. Resistieron gloriosas revoluciones septembrinas y gobiernos laicos, guerras y tragedias, incendios y tiempos de silencios y miedos.

Nunca retirarán la cruz que a hombros lleva el Gran Poder de Dios.

Nunca retirarán la Cruz de la Pasión con la que carga el Señor que es Él solo El Salvador.

Nunca retirarán el mármol de la Cruz de los Juramentos entre la Catedral y el Archivo de Indias, testigo de los tratos en que se ponía a Dios por testigo de la palabra de los caballeros de la Real Maestranza del Comercio de Sevilla.

Nunca retirarán en la tarde del Viernes Santo, sobre el puente, la cruz de un Divino Trianero que todos los años, exactamente allí, expira como la luz de la tarde que creó.

Nunca retirarán el almonteño hierro forjado de la Cruz de la Cerrajería en la Plaza de Santa Cruz, como escapado de una postal de la Exposición Iberoamericana.

Nunca retirarán los tres mármoles de la plaza de las Cruces que cuando sales del olor a pan del Horno de las Doncellas te encuentras en esa plazoleta, tan mejicana, tan Nueva España.

Nunca retirarán en la Catedral la cruz perfecta del Cristo de la Clemencia.

Nunca retirarán las cruces de guía de las cofradías, que nos señalan el camino más corto para llegar a la emoción, al sentimiento, al recuerdo.

Nunca retirarán el hierro de la vieja cruz del Monte del Baratillo que remata la capilla de la Piedad y la Caridad en la calle Adriano.

Nunca retirarán en la Plaza de Pilatos la renacentista Cruz que señala el comienzo de la sevillana calle de la Amargura hasta el humilladero de la Cruz del Campo.

Nunca retirarán la cruz arzobispal que corona la Puerta de la Asunción de la Catedral, orlada a la primavera por el vespertino vuelo de los altos vencejos del recuerdo.

Nunca retirarán las cruces de los descalzos penitentes, en los largos tramos de la promesa y de la oración.

Nunca retirarán la cruz de la Buena Muerte de un Cristo que nos explica su suprema lección cuando aparece por el Paraninfo de la Universidad.

Nunca retirarán el altísimo Cristo del Millón entre las acróteras del altar mayor catedralicio, mientras las naves cantan con voz de órgano la gloria de la fe de siglos de Sevilla.

Nunca retirarán la cruz de bronce del Cristo de las Mieles que a todos nos espera en el cementerio para darnos la bienvenida al otro barrio...

 

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