El Mundo

Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 13 de septiembre de 1997

Antonio Burgos

Los antiguos veraneos en otros capítulos de esta serie:

Mañana nos vamos de veraneo

Amanecer en la estación de la Plaza de Armas

Jugando a la Vuelta a Francia

Aquellas ferias de septiembre

Estampa de feria de pueblo

 

Y en la caseta de hierro, con el relente ya algo más que fresquito en la noche septembrina, las copitas de Marie Brizard sobre los veladores de madera, los chales por los hombros, la orquesta tocaba otro bolero. La noche era de boleros como la mañana era de pasodobles y de sevillanas. La orquesta lo sabía, de año en año. La orquesta, en la feria, era tan clásica como la leontina del Rey de los Gitanos o como el tratante de Zafra que llegaba siempre a la caseta con los botos de Valverde manchados de la tierra del mercado de ganados, dispuestos siempre, con dos copitas encima, a bailar con la más guapa del pueblo, que tenía novio. La más guapa del pueblo siempre tiene novio y siempre quieren bailar con ella los tratantes de Zafra que llegan con sus botos y sus dos copitas de más de La Gitana a granel. La orquesta, en la feria, no sólo se sabía los ritos, sino que los marcaba. Por la mañana, el sol alto, la cerveza, las tapas de cochinillo viniendo del ambigú, las niñas de flamenca, el fotógrafo de Villa Ratita retratándolas, la orquesta se ponía a tocar un pasodoble detrás de otro, para aquel arrastre de pies sobre las losas de la caseta de hierro. Y hasta había uno de los músicos que los cantaba:

Ya lo sabe usted,

ya lo sabe usted,

por qué los jerezanos

gritamos "España y Jerez..."

Y luego, rompían a tocar sevillanas. Sevillanas a orquesta. Sentimentales, nostálgicas, ceremoniales sevillanas a orquesta, tan de Caseta del Mercantil de Sevilla. Las ferias de los pueblos eran una miniatura de feria de Sevilla, portada, iluminación, casetas de los círculos, gente mirando desde fuera de las barandillas porque no tenía dónde entrar, más que a los bodegones de fortuna hechos con palitroques y sombrajos de hojas de castaño. Y la orquesta repetía los ritos de Sevilla. Por eso tocaba las sevillanas del Repique, las sevillanas de Filigranas, las sevillanas de Reverte, las sevillanas de toda la vida. Y era como si las niñas que salían a bailarlas, con sus trajes de pasacintas, con sus collares de bolas de madera, con sus pulseras de baquelita, las hubieran estado bailando siempre, cuando las que bailaban siempre eran aquellas otras, tan serranas, que por las tardes cantaban en el paseo de regador, puesto de pipas de Manuela y un cartuchito con dos gordas de altramuces, salaítos y dulces:

Todos los marineritos

tienen la cara morena...

En aquella feria de pueblo los horarios estaban tan locos como en Sevilla ahora. Cuando en Sevilla a las doce de la mañana ya estaba un Pareja Obregón dando caballazos y ya estaban en el paseo las mulas del coche de la Duquesita de Montoro, en el pueblo hasta las dos o las dos y media no se animaba la caseta. Sería que los hombres estaban en el mercado de ganados, vendiendo cochinas, comprando muletos. Sería que los niños estábamos todavía a esa hora montándonos en los cacharritos, en las barquitas, en las burras cachondas. El caso es que lo menos hasta las dos y media o las tres de la tarde "Islas Canarias" no empezaba a sonar en su plenitud y gloria de pies arrastrados, con los matrimonios muy solemnemente emparejados, entre baile y baile de sevillanas a orquesta.

Y la noche, igual. En Sevilla se ponía la feria de bote en bote en cuanto acababan los toros. En el pueblo, hasta las once y media o las doce de la noche, como muy temprano, no se iba a la caseta. A los niños no nos llevaban, hasta que no fuimos zagalones de pantalones largos no nos dejaron entrar en aquel perverso paraíso de inocentes copitas de Marie Brizard, donde lo único para confesarse era, todo lo más, el hombro de la vocalista, el siempre desnudo hombro de la vocalista, que por la mañana ni siquiera aportaba por allí y que por la noche era la estrella de los boleros, de aquellas canciones del verano que duraban por lo menos ocho o diez veranos:

A lo loco es una frase

que está de moda,

que está de moda...

Y daban las dos de la madrugada, y las tres, y seguían los chales, y se echaban las cortinas para evitar el relente. Y luego ya, a las mismísimas tantas, venía el baile de la escoba, que era la máxima atracción. Salvo el último día de feria, que más interesante que el baile de la escoba era todavía conseguir que la orquesta ni siquiera fuera a la fonda antes de volver a Sevilla, que se dirigiera directamente desde la caseta hasta la estación siguiera tocando. La vocalista seguía allí, y la aplaudían más que nunca cuando cantaba por Ana María González. Y al que por la mañana cantaba el pasodoble de "España y Jerez" le mandaban convidadas de aguardiente. El grito era el mismo todos los años:

-- ¡Hasta que salga el ómnibus!

El tren ómnibus procedente de Llerena con destino a Sevilla va a efectuar su entrada en la estación del amanecer a las siete menos veinte de la mañana. Allí, muertos de sueños, llegados directamente desde la caseta, va el de la batería, que toca el tambor en la Banda Municipal de Sevilla, va la vocalista del hombro desnudo, va el músico del saxofón que nos explicaba por qué los jerezanos gritan España y Jerez.


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