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Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 8 de febrero de 1997

Antonio Burgos

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Los progres descubren "Los dedócratas"

 

Había muerto el Caudillo, don Francisco Franco Bahamonde, pero quedaba El Quini, don Joaquín Fernández Garaboa, que en el cuartel general de su coro Raíces se había proclamado Caudillo del Tango por la gracia de Cádiz. Ya había muerto Paco Alba. Antonio Martín y Pedro Romero eran ya veteranos que competían con don Ramón Fletilla, el viejo chirigotero. Languidecían las Fiestas Típicas Gaditanas como un producto del franquismo. Seguían celebrándose en mayo. Seguía habiendo cabalgatas, bailes en el Falla, proclamación de la reina de las fiestas, los grandes inventos de Vicente del Moral, que era a las Fiestas Típicas lo que el concejal Miguel Bermudo fue a la feria de Sevilla en el franquismo, el que acuñó una morfología que hasta nuestros días llega. Los grandes éxitos de las agrupaciones surgidas en las Fiestas Típicas ya habían recorrido todas las salas de fiesta de España: Los Beatles de Villegas, Los Beduinos de Paco Alba, hasta Los Cristobalitos de Rosales. La comparsa era una modalidad oficial. El único libro que hasta entonces había sobre el Carnaval, lo había escrito Ramón Solís, el del ensayo "El Cádiz de las Cortes" y la novela "Un siglo llama a la puerta", y se titulaba "Coros y chirigotas". Pero en el concurso y en los gustos de la gente las preferencias iban por la comparsa, que no era ni coro ni chirigota, aunque hija de ambas modalidades. La comparsa era la hija fina de la chirigota o la nieta comercial del coro.

España, mientras tanto, estaba en otro cante y en otras agrupaciones. España se estaba quitando la careta de la dictadura y también quería salir a la calle con el tipo de la democracia. Los duros antiguos que queríamos cambiar eran el Libertad sin ira de Jarcha. Ya teníamos un Rey, un referéndum de la reforma política, una amnistía de los presos políticos, unos catalanes pidiendo Estatuto, un Suárez haciendo normal en las leyes lo que en las calles normal era. Aquel último Carnaval del franquismo con Franco ya muerto, mientras languidecían los coros a pesar del caudillaje del Quini, era como el entierro de la sardina de las Fiestas Típicas, cuyo epitafio había cantado en el estribillo de su cuplé Carnaval 76, la comparsa de Pedro Romero:

Fiestas Típicas Gaditanas
a mí no me dicen ná,
nosotros lo que queremos...
¿Cómo?
¡Carnaval, Carnaval, Carnaval!

Y como nosotros lo que queremos es Carnaval, Carnaval, Carnaval, ya hay un ayuntamiento que está por la reforma política, y no ha prendido el intento de Carranza de hacer las Fiestas Típicas en el mes de mayo, y el dentista Marcos Zibelmann, como protesta, sigue yendo con su paraguas y con toda la calor a la peña de La Estrella, santuario de resistentes del verdadero Carnaval en la fiebre ferial que llena de casetas Canalejas. Y como nosotros lo que queremos es Carnaval, Carnaval, Carnaval, pues Carnaval vamos a tener, en febrero, como el dios Momo manda, en cuanto llegue 1977 al calendario político de la reforma municipal. La transición no sólo fueron los grandes cambios de España desde la dictadura a la democracia, sino también estos pequeños cambios, quizá más costosos y más difíciles, de las políticas municipales. Fue el cambio de la feria de Sevilla, que luego no cuajó, con la toma popular del palacio de invierno que era la clasista caseta municipal, y fue este cambio de las Fiestas Típicas, a las que por fin se le quitó el disfraz de la dictadura, que ya no hacía falta, y se les llamó abiertamente Carnaval.

Y fue entonces cuando, lejos de la dictadura del Quini, el tango volvió a alcanzar los ámbitos de libertad, gracias al coro Los dedócratas, del dedo de su estribillo:

Aquí no pasa ná
esto es un cachondeo
porque todos los cargos
y nombramientos
han sido a dedo.

Si importante fue la devolución de la esencia a la fiesta, más todavía fue la innovación social que supuso la formación del coro de Los dedócratas. Hasta entonces, salir en un coro o en una chirigota era considerado por la burguesía como algo propio de gente baja, despreciable. Estudiante de Medicina hubo al que su padre echó de la casa cuando se enteró que iba a salir en un coro. Pemán, con su acercamiento de La viudita, había sido durante la dictadura el único gaditano que no trabajaba en el Dique y al que no se le cayeron los anillos por acercarse al mundo del Carnaval. Pemán se iba a oír las chirigotas por las tiendas y le decía al amigo que lo solía acompañar: "Que mis cuñados de Jerez no se vayan a enterar que me gusta el Carnaval.." Con este orden clasista del Carnaval como expresión del proletariado, por decirlo en términos de la época, acabaron Los dedócratas. Si importante fue que recuperaran el tango y el coro, más todavía lo fue que aquellos estudiantes, médicos, abogados, comerciantes, dependientes y también obreros de "Los dedócratas" convencieran a la ciudad de la dignidad del Carnaval. Los padres ya no echaban a los niños de casa si sabían que salían en un coro, en un fenómeno parecido de ruptura de clases sociales (siempre las similitudes andaluzas) a lo que por aquellos mismos años estaba siendo en Sevilla la formación de cuadrillas de hermanos costaleros.

Fue entonces cuando los progres de toda Andalucía y de Madrid descubrieron aquel febrero el Carnaval de Cádiz. El pueblo había estado cantando desde 1947, burlando la censura con ingenio, y algunos habíamos ido como en peregrinación a oírlo, fuera en mayo, fuera en febrero. Para la progresía a la violeta, hasta que el centenario Carnaval no fue presentado como una victoria de la democracia sobre la dictadura, no mereció su atención. No sabían que en el Carnaval, la verdadera victoria de la democracia sobre la dictadura se produjo en 1948, cuando, gracias a la permisividad del padre de Pilar Cernuda y tras la explosión, el pueblo gaditano pudo seguir cantando sus coplas.


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