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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, viernes 19 de noviembre  de 1999


Para que el Rey me mande un jamón

 

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El Rey, con Castro, a su llegada a La Habana

¿Cuánto gana el Rey? No lo sé, pero desde ahora mismo digo que debería de ganar muchísimo más. (Señor: el jamón de las Pascuas me lo envía Vuestra Majestad a las señas de costumbre...) Todo lo que gane me parece poco, para todo lo que le entra en el sueldo. Para todo lo que tiene que tragar. Sapos son pocos. Los sapos son de los políticos. El Rey ha de tragar sapos, culebras, iguanas... y hasta caimanes. No sé si han visto los caimanes de Cuba en esos reportajes que ponen a mediodía por la Segunda Cadena, para que vomitemos el almuerzo cuando una salamanquesa se come una cucaracha muerta. La isla preciosa que perdimos tiene forma de caimán, y no es propaganda de los polos de Lacoste. Cuba tiene forma de caimán porque ha sido el sapo inmenso que se ha tenido que tragar Don Juan Carlos en su desdichada visita a la tierra antillana de la dicha.

De tanto fijarnos en la chaqueta de Aznar y en el gato de la Reina, no le hemos dado su valor ("enorme, chico") a la frase ("bien linda") que pronunció el Rey cuando le invitaron a sentarse en el horrendo trono isabelino. No fue por razones estéticas, fácilmente comprensibles, sino éticas. Lo que dijo el Rey junto a la manigua tenía mandanga y guasa cubana: "Me tendría que sentar con todos los españoles, y no íbamos a caber". Una más constitucional y clara explicación de dónde reside la soberanía no cabe en menos palabras. El Rey no es el soberano; el soberano es el pueblo. Aunque algunos, por el plan antiguo, lo llamamos aún Nuestro Señor, el Rey sabe que le convalidaron constitucionalmente el título gracias a que tiene muy claro que no es ya Señor, sino servidor del colectivo señorío jurisdiccional del pueblo soberano.

Como partidario de la Institución, me daba penita ver al Rey en La Habana puesto en el disparadero del cañón de la Real Fuerza, como si fuera un empleado distinguido del Instituto de Cooperación. Lo hubiera querido, como los propios cubanos, de Rey con todos sus avíos por las calles de la Fidelísima Ciudad de la Habana. Mayor grandeza todavía en el estricto cumplimiento de su papel, aceptar ese papelón. A algunos el Rey le ha parecido en La Habana como el primer empleado del Gobierno, y es que no solemos tener en cuenta que es el primer servidor del pueblo soberano que eligió a ese gobierno. Por eso digo que me parece corto el sueldo. Y ya sabe Vuestra Majestad dónde me tiene que mandar el jamón por Pascuas de Reyes...

La Cumbre de La Habana, en El RedCuadro

Habana

El gato habanero

 


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