Estos
días novembrinos y fríos de San Clemente y San Andrés con
amaneceres blancos en el Pozo de la Nieve de Constantina no son
sólo el tiempo del mosto aljarafeño, sino que ya está en
sazón una extensa cosecha andaluza: los pregones de la Semana
Santa. Media Andalucía y parte de la otra media anda buscando
pregonero, rito de estos días. Llegan las luces anglosajonas y
los abetos nórdicos a las grandes superficies comerciales y
llegan los nombres de los pregoneros a las mínimas superficies
tradicionales del pregón. Cada soldado de Napoleón llevaba en
su mochila el bastón de mariscal y cada capillita andaluz tiene
en el cajón de su mesa escrito el pregón de Semana Santa, por
si algún año cae esa dulce breva. Algunos, profesionales de la
vacía oratoria cofradiera, hasta lo tienen escrito en
fotocopia. Donde pongo Virgen de las Angustias escribo ahora
Virgen de la Soledad, y el mismo pregón de un pueblo de Granada
me sirve ahora para esta villa de Huelva.
Sevilla,
madre y maestra, es otra cosa. El pregón de Sevilla es como una
condecoración. Un honor cívico-religioso. Le han encargado
este año el pregón a un poeta que conozco desde cuando
requebraba criadas por los puestos del mercado de la
Encarnación, si hará tiempo. La vieja memoria me mueve a
dedicarle este artículo, pues saben que no gasto pregonerías
ni cuestión con cofradía. Me he alegrado del nombramiento de
Joaquín Caro Romero porque dice mucho de las hermandades. Hace
veinte años, hubiera sido poco menos que imposible que le
encargaran el pregón a un premio Adonais. Y me sigue
sorprendiendo que lo hayan nombrado. O mucho han cambiado las
cosas... o no han leído a Caro, que, sí, le escribió una
décima a la Macarena diciendo que detrás de la Sentencia viene
siempre la Esperanza, pero que es hombre de mitologías
clásicas, de centauro Quirón, de poemas eróticos, de
desesperanzas. De la verdad de la literatura, que suele ser una
cosa muy distinta, si no opuesta, a las habituales falsías de
las cofradías.
Caro
anduvo mucho tiempo de poeta maldito, Lasso de la Vega sin
puerta giratoria del Ateneo, Juan Sierra sin palma ni cáliz,
Adriano del Valle sin retrato vestido de mercedario. Por ahí,
por esos registros ocultos de Sevilla, va su poesía. Así que
calculo que está aproximadamente a siete mil años (años luz,
naturalmente) de las versificaciones al uso de los boletines de
las hermandades, donde todo ripio tiene su asiento y donde todo
abogado o médico se atreve con un soneto, que es como si
pusiéramos a los poetas a operar apendicitis o a escriturar la
compraventa de tres aranzadas regadío en la Vega. Por eso me
extraña más todavía el nombramiento de quien en cierto modo
desafió al sistema cofradiero, hasta el punto que, nunca supe
si en serio o de cachondeo, un año salió de penitente detrás
del paso de la Borriquita, y junto a la palangana de Pilatos
porque no lo dejó Miguel Muruve que, si no, sale también en
aquellos años rompedores de su poesía maldita.
El
tiempo todo lo atempera, y Caro debió de aprender temple de su
compadre Romero, porque luego ya lo vi en pregonerías, el
retorno a su primer maestro, Rodríguez Buzón. Mejor. Eso salen
ganando los capillitas. Caro Romero no dará un pregón, sino
que ejecutará una venganza. Caro pronunciará el "Discurso
de las Cofradías de Sevilla", aquel imposible pregón que
los cerrados e incultos capillitas de siempre no dejaron dar a
su otro maestro, Rafael Laffón.