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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, martes 23 de noviembre  de 1999


La venganza de Laffón

Estos días novembrinos y fríos de San Clemente y San Andrés con amaneceres blancos en el Pozo de la Nieve de Constantina no son sólo el tiempo del mosto aljarafeño, sino que ya está en sazón una extensa cosecha andaluza: los pregones de la Semana Santa. Media Andalucía y parte de la otra media anda buscando pregonero, rito de estos días. Llegan las luces anglosajonas y los abetos nórdicos a las grandes superficies comerciales y llegan los nombres de los pregoneros a las mínimas superficies tradicionales del pregón. Cada soldado de Napoleón llevaba en su mochila el bastón de mariscal y cada capillita andaluz tiene en el cajón de su mesa escrito el pregón de Semana Santa, por si algún año cae esa dulce breva. Algunos, profesionales de la vacía oratoria cofradiera, hasta lo tienen escrito en fotocopia. Donde pongo Virgen de las Angustias escribo ahora Virgen de la Soledad, y el mismo pregón de un pueblo de Granada me sirve ahora para esta villa de Huelva.

Sevilla, madre y maestra, es otra cosa. El pregón de Sevilla es como una condecoración. Un honor cívico-religioso. Le han encargado este año el pregón a un poeta que conozco desde cuando requebraba criadas por los puestos del mercado de la Encarnación, si hará tiempo. La vieja memoria me mueve a dedicarle este artículo, pues saben que no gasto pregonerías ni cuestión con cofradía. Me he alegrado del nombramiento de Joaquín Caro Romero porque dice mucho de las hermandades. Hace veinte años, hubiera sido poco menos que imposible que le encargaran el pregón a un premio Adonais. Y me sigue sorprendiendo que lo hayan nombrado. O mucho han cambiado las cosas... o no han leído a Caro, que, sí, le escribió una décima a la Macarena diciendo que detrás de la Sentencia viene siempre la Esperanza, pero que es hombre de mitologías clásicas, de centauro Quirón, de poemas eróticos, de desesperanzas. De la verdad de la literatura, que suele ser una cosa muy distinta, si no opuesta, a las habituales falsías de las cofradías.

Caro anduvo mucho tiempo de poeta maldito, Lasso de la Vega sin puerta giratoria del Ateneo, Juan Sierra sin palma ni cáliz, Adriano del Valle sin retrato vestido de mercedario. Por ahí, por esos registros ocultos de Sevilla, va su poesía. Así que calculo que está aproximadamente a siete mil años (años luz, naturalmente) de las versificaciones al uso de los boletines de las hermandades, donde todo ripio tiene su asiento y donde todo abogado o médico se atreve con un soneto, que es como si pusiéramos a los poetas a operar apendicitis o a escriturar la compraventa de tres aranzadas regadío en la Vega. Por eso me extraña más todavía el nombramiento de quien en cierto modo desafió al sistema cofradiero, hasta el punto que, nunca supe si en serio o de cachondeo, un año salió de penitente detrás del paso de la Borriquita, y junto a la palangana de Pilatos porque no lo dejó Miguel Muruve que, si no, sale también en aquellos años rompedores de su poesía maldita.

El tiempo todo lo atempera, y Caro debió de aprender temple de su compadre Romero, porque luego ya lo vi en pregonerías, el retorno a su primer maestro, Rodríguez Buzón. Mejor. Eso salen ganando los capillitas. Caro Romero no dará un pregón, sino que ejecutará una venganza. Caro pronunciará el "Discurso de las Cofradías de Sevilla", aquel imposible pregón que los cerrados e incultos capillitas de siempre no dejaron dar a su otro maestro, Rafael Laffón.


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