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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, viernes 24 de diciembre de 1999


El más influyente entre las españolas

Todos los años, por estas fechas en que apuramos las últimas hojas del taco del almanaque, la empresa Ibecom da a conocer su clasificación de los 25 españoles más influyentes. Como los 40 principales, pero en la política, la economía, la cultura y los medios de comunicación. Los discos de oro y de platino de los que colocan en el mercado más millones de copias de una mentalidad, de una ideología, de unos intereses económicos. El Ibex 35 de la fama o la final de Copa del poder. Aznar que se mantiene el primero, Villalonga que asciende irresistiblemente, Arzallus que baja del 5 al 16 y que como siga así acaba jugando la liguilla de descenso. Más instituciones que personas. Está en los 25 de la fama y de la lana Miguel Angel Gozalo y la gente no tiene el gusto de conocerlo; está por lo que está, como presidente de Efe. Como está Jesús Ceberio del mismo modo que antes estaba Juan Luis Cebrián, como piloto del buque insignia del polanquerío. Leída la lista, yo regalaría un fin de milenio en Punta Cana a quien supiera decirme quién es el señor que ocupa el número 25, Francisco Javier Delgado Barrio. No, no es el finalista del premio Adonais de poesía. Es el presidente del Consejo General del Poder Judicial.

Por eso yo animaría a los amigos de Ibecom que como siempre salen los mismos con las mismas, que si quien preside el gobierno o quien preside un banco, que a partir de ahora hagan las encuestas y los paneles de opinión al revés, cogiendo el rábano de la influencia por las hojas de sus efectos. Me explico. Para mí que el español más influyente no es Aznar, ni Rato, ni Pujol, ni Mayor Oreja, ni incluso mis jefes Pedro J. Ramírez y Luis del Olmo. El español más influyente es el que haya puesto de moda entre las señoras ese chal de lana o generosa bufanda bien despachada a la que llaman pashmina. No estamos en el año del cambio de milenio. Estamos en el primer año triunfal de la pashmina. Alguien ha decretado que todas las señoras lleven pashmina, y , hala, todas se las han puesto. Pashminas verdaderas o pashminas falsas, pero pashminas. Pashminas carísimas de Loewe o de Elena Benarroch, o de las que vende a dos mil pesetas el inmigrante norteafricano que pone en la esquina su puesto con una manta sobre la acera y una mesa de campimplaya. ¿Quién ha impuesto esta ley? Ese sí que es influyente. A ése sí que le hacen caso todas las señoras...

 

 

 


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