En ese museo que
los andaluces desconocen que es el Tesoro de la Macarena,
Carambolo a lo divino, hay una medalla de la Virgen de la
Esperanza con una hermosa leyenda torera, esos apólogos que
si no son ciertos merecerían por su belleza serlo. En este
caso no tiene que cumplirse esa maldición como gitana contra
las más bellas tradiciones, que siempre llega un erudito
local o un historiador con el pecado original del
universalismo y documento en mano y acaba demostrando siempre
que la leyenda es mentira y la manda al legajo. Que es acabar
con la ilusión de los pueblos del mismo modo que picardear a
los niños diciéndoles que los Reyes Magos son los padres.
Joselito el Gallo,
gran devoto de la Virgen de la Esperanza, hasta el punto que
tuvo oficio en la mesa de la hermandad, dicen que llevaba
siempre una medalla de oro de la Macarena al cuello. Y que,
mucho antes de la negra tarde de Talavera, un día que un toro
lo cogió para matarlo y le echó mano por el pecho,
empitonándolo, aquella medalla de la Virgen lo salvó del
cornalón. El pitón chocó contra el milagroso oro macareno,
lo deformó, pero no penetró siquiera en el pecho poderoso
del hijo de la señá Gabriela y del señor Fernando el Gallo.
Joselito. en prueba de gratitud, ofreció aquella medalla a su
Virgen, como antes le había regalado las mariquillas de
esmeralda, y hasta un paso entero de oro que quería
comprarle, si aquel pitón de "Bailaor" se hubiera
encontrado con la medalla que al pecho llevaba José y no con
sus carnes de hombre de arte y poderío.
Y de Manolete
también se cuenta una historia parecida. Don Manuel Flores
Cubero, príncipe heredero de la Casa Camará, conserva en su
colección taurina gran parte de los recuerdos de Manuel
Rodríguez en la tarde de Linares: la camiseta que vestía,
las medallas que llevaba al cuello... Una de ellas, abollada.
Y refiriéndole la leyenda gallista cuando me habló del
abollamiento de la medalla, me dijo, en la hermosura de las
leyendas:
--- Pues sí, yo
creo que puede ser de alguna cornaíta...
La calle tiene
ahora a veces más peligro casi que el toro. Y hace pensar en
estas hermosas leyendas. El otro día, en Valencia, un hombre
se salvó de una puñalada probablemente mortal en una riña.
La navaja, como si fuera el pitón de un toro, buscaba carne.
Pero la hoja del arma blanca del agresor chocó contra algo
que la víctima llevaba en el pecho. Se rompió contra este
objeto la hoja de la navaja y, al rebotar con la fuerza del
derrote, acabó hiriendo al agresor, vamos, casi como una viva
estampa de Manolete en Linares, con "Islero" rodando
muerto...
Pero en Valencia,
ay, en el ruedo diario de la peligrosidad de nuestras
ciudades, en esta sociedad orgullosa de su laicismo en que
vivimos, la navaja asesina no chocó contra medalla alguna de
oro macareno, contra ninguna plata cordobesa de una Virgen.
Aquella navaja que iba directa al corazón, chocó, ay, ...
contra el teléfono móvil que la víctima llevaba en el
bolsillo de su camisa.
---¡ Acabáramos,
hombre, Burgos, yo creía que iba usted a contar una hermosa
nueva leyenda mariana de una medalla!
Pueden ustedes
mismos montar como un mecano la moraleja de este apólogo. En
esta sociedad descreída se hablará pronto del milagro del
móvil como antes de las medallas milagrosas que toreros de
leyenda llevaban al pecho... Para que luego digan que el
teléfono móvil no es un invento milagroso.