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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, martes 4 de abril del 2000


Vísperas sin misterio

A lo mejor estoy completamente equivocado. Ojalá lo quieran El de San Lorenzo y La Que Está en San Gil, porque el asunto es de Semana Santa. Que antes duraba siete días, de Domingo de Ramos a Sábado Santo. Ahora las cincuenta y tantas semanas del año, todas, son Santas. Quizá sea signo de los tiempos. En las relaciones de la ciudad con la Semana Santa ocurre como en las de pareja. Antes las bodas estaban llenas de misterio, de pudor, de magia del tálamo y de ritos de la noche nupcial, porque las doncellas llegaban vírgenes al matrimonio y los novios no habían conocido más mujer que aquella a la que juraban amor eterno. Ahora las bodas son la ficción de sacramentar o inscribir en el Registro Civil a quienes, si no viven juntos, están hartos de acostarse juntos. El tul ilusión es una ficción. ¿Qué novia va verdaderamente de blanco a la boda? La norma son las relaciones prematrimoniales. Que le quitan todo el encanto a la boda, ora sea por la Iglesia, ora por Viapol, esa Basílica de la Macarena por lo civil donde se consume cada día buena parte de la cosecha de arroz de las marismas.

Me parece que esto de que la Semana Santa se haya convertido en un culebrón dinerario y de poder, es porque se ha quebrado el misterio, las nupcias de la ciudad con la fiesta con la virginidad de antaño. La Cuaresma era como el noviazgo de Sevilla con la Semana Santa. Sevilla le rondaba la calle a la Semana Santa, se la ponía evangélicamente ataviada como una novia, con torrijas en los escaparates, con capirotes en la Alcaicería, con el nazareno misterioso en el balcón de Al Siglo Sevillano. Sevilla soñaba con el Domingo de Ramos como las novias con su boda. Había algo de verde prado en el que se tendía un pañuelo de la boda gitana cuando aparecían el Domingo de Ramos los primeros nazarenos blancos del Porvenir, que era todo lo que iba a llegar nimbado de misterio, intacto. Hogaño, ay, la ciudad mantiene todo el año relaciones prematrimoniales con la Semana Santa. Ha perdido todo misterio el rito nupcial del Domingo de Ramos, el primer martillazo de los palcos, el primer camión de sillas que llega a la carrera oficial. Sevilla y la Semana Santa son todo el año una pareja de hecho, y ya, verbigracia, o verbidesgracia más bien, no tiene el menor interés sentimental oír el primer tambor, porque todo el año estamos con la tabarra de los tambores de arte y ensayo. Quizá la Semana Santa, en este falso esplendor, está en fase terminal, porque detectamos en ella preocupantes síntomas de metástasis. De ahí este hartazgo. Hay mucho sevillano que otros años, por estas fechas, andaba como nervioso e impaciente, y al que ahora vemos con desgana de Domingo de Ramos. Todo se ha prodigado tanto, que se ha devaluado. Se ha perdido el misterio de las vísperas. Pregones, ¿cuántos hay? Carteles, ¿cuántos? ¿Cuántas parihuelas deportivas de levantamiento de pasos vemos por la calle antes del primer palio verdadero?

Estuvimos el otro día con un sevillano muy principal en cuestión de cofradías, de los que en estos días andan en porfías y pajarracas (Don Antonio el de la Magdalena dixit lo de pajarraca). Comentábamos este sentimiento que advertíamos en muchos sevillanos, antaño picaditos por la comezón cofradiera y hogaño insensibles ante este virus seronegativo la degradación expansiva. Y nos dijo:

-- Pues tienes razón. ¿Te quieres creer que yo este año no tengo ganas de Semana Santa?

 


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