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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, miércoles 10 de mayo del 2000


El cadáver de José Luis López de Lacalle, junto a su paraguas.
El cadáver de José Luis López de Lacalle, poco después de su asesinato por la ETA, junto a su paraguas. (Iñigo Ibáñez-El Mundo)

El paraguas

En las manifestaciones, en los minutos de silencio, en las concentraciones, echo en falta un paraguas. Un paraguas rojo. Un paraguas que había ido a muchas manifestaciones, a concentraciones bajo el silencio de la lluvia, en la orilla del cántabro mar, bajo los soportales donostiarras, a lo largo de las barandillas de la Concha.

Ahora veo ese paraguas en las fotografías: se me mete otra vez con su grito rojo en la salita, cuando sale en el telediario. Esa manta cubre un cuerpo al que le arrebataron la vida. Al lado, el paraguas, aún abierto. Como un perro fiel que no abandona al dueño. Paraguas sin dueño, perro sin amo, imagen de la muerte. Un paraguas de señora, dicen. ¿Qué más da? Los paraguas queridos, como los ángeles de los sueños de la libertad de los que van a comprar el periódico con el paraguas, paz mañanera de domingo, no tienen sexo. No tienen edad. Yo he visto ese paraguas hace muchos años. Yo he visto ese paraguas delante de la Policía Armada, en tiempos de la Junta Democrática de España, en las carreras de trenca y pana, en los gritos de las consignas oídas la noche antes en la Pirenaica, leídas esa mañana en el "Mundo Obrero" de la Facultad: "Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía".

La dueña del puesto de periódicos, como todas las mañanas, el mazo de suplementos y de páginas salmón bajo el brazo, se lo había dicho, como todos los domingos, como un cariñoso reproche, con admiración por las ideas en que los sabios distraídos suelen ir reinando:

-- José Luis, que otra vez te olvidas el paraguas...

Se podía haber olvidado el paraguas. Se tenía que haber olvidado el paraguas. Tenía que haber vuelto al puesto de los periódicos, anda, el paraguas, para recoger ese testigo mudo de tantos sueños de libertad bajo la lluvia, en la tierra con el cielo empecinado en diluvios de sinrazón. Si hubiera vuelto por el paraguas olvidado como el beso de amante de una copla de acordeones y muelles pesqueros, quizá se habría librado. O estaba escrito.

Lo que no está escrito es que a veces todo el dolor cabe en un paraguas abierto, todas las preguntas pueden ser hechas en las abiertas varillas de un paraguas abandonado por quien lo tenía en su mano de escribir sueños, mano de escribir utopias, manos de imaginar tierras sin lágrimas y sin sangre. Todo el dolor de esta hora cabe en ese paraguas por todos olvidado.

Yo no me olvidaré de ese paraguas. Cuando un día, pronto, amanezca un sol de libertades en la orilla cantábrica de Donosti, me acordaré de un paraguas que estaba junto a su dueño,como un perro al que le han matado el amo. Hay veces en que todos los sueños de libertad caben en un en un paraguas. El paraguas inmensamente rojo de José Luis López de Lacalle.

 


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