En las
manifestaciones, en los minutos de silencio, en las
concentraciones, echo en falta un paraguas. Un paraguas rojo. Un
paraguas que había ido a muchas manifestaciones, a
concentraciones bajo el silencio de la lluvia, en la orilla del
cántabro mar, bajo los soportales donostiarras, a lo largo de las
barandillas de la Concha.
Ahora veo
ese paraguas en las fotografías: se me mete otra vez con su grito
rojo en la salita, cuando sale en el telediario. Esa manta cubre
un cuerpo al que le arrebataron la vida. Al lado, el paraguas,
aún abierto. Como un perro fiel que no abandona al dueño.
Paraguas sin dueño, perro sin amo, imagen de la muerte. Un
paraguas de señora, dicen. ¿Qué más da? Los paraguas queridos,
como los ángeles de los sueños de la libertad de los que van a
comprar el periódico con el paraguas, paz mañanera de domingo,
no tienen sexo. No tienen edad. Yo he visto ese paraguas hace
muchos años. Yo he visto ese paraguas delante de la Policía
Armada, en tiempos de la Junta Democrática de España, en las
carreras de trenca y pana, en los gritos de las consignas oídas
la noche antes en la Pirenaica, leídas esa mañana en el
"Mundo Obrero" de la Facultad: "Libertad,
Amnistía, Estatuto de Autonomía".
La dueña
del puesto de periódicos, como todas las mañanas, el mazo de
suplementos y de páginas salmón bajo el brazo, se lo había
dicho, como todos los domingos, como un cariñoso reproche, con
admiración por las ideas en que los sabios distraídos suelen ir
reinando:
-- José
Luis, que otra vez te olvidas el paraguas...
Se podía
haber olvidado el paraguas. Se tenía que haber olvidado el
paraguas. Tenía que haber vuelto al puesto de los periódicos,
anda, el paraguas, para recoger ese testigo mudo de tantos sueños
de libertad bajo la lluvia, en la tierra con el cielo empecinado
en diluvios de sinrazón. Si hubiera vuelto por el paraguas
olvidado como el beso de amante de una copla de acordeones y
muelles pesqueros, quizá se habría librado. O estaba escrito.
Lo que no
está escrito es que a veces todo el dolor cabe en un paraguas
abierto, todas las preguntas pueden ser hechas en las abiertas
varillas de un paraguas abandonado por quien lo tenía en su mano
de escribir sueños, mano de escribir utopias, manos de imaginar
tierras sin lágrimas y sin sangre. Todo el dolor de esta hora
cabe en ese paraguas por todos olvidado.
Yo no me
olvidaré de ese paraguas. Cuando un día, pronto, amanezca un sol
de libertades en la orilla cantábrica de Donosti, me acordaré de
un paraguas que estaba junto a su dueño,como un perro al que le
han matado el amo. Hay veces en que todos los sueños de libertad
caben en un en un paraguas. El paraguas inmensamente rojo de José
Luis López de Lacalle.