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Estábamos
en la colonia de El Viso, atrio de la iglesia de Santa
Gema, esperando acompañar a María Teresa Campos en el
bautizo de su nieta. Habíamos llegado como los catetos
que somos: demasiado temprano. No había más que
fotiminutis al aguardo de famosos, de los que sólo Nati
Mistral había llegado a lista de retreta. Pero niña con
batón de cristianar, padrinos y pelón, por ningún lado.
Temimos haber llegado tarde o confundido el templo.
Entramos. La iglesia, a rebosar. Una boda. El bautizo,
claro, era después. Y de pronto, empezaron a sonar
guitarras, cantes flamencos. Unos fandangos de Huelva a lo
divino, que decían poco menos que tres cositas tiene el
Papa que no las tiene Lutero: el Vaticano, los curas y los
coros rocieros. Se casaban en Madrid por el rito rociero
unos novios que luego supe valencianos, por la traca que
dispararon cuando salían bajo la lluvia de todo el arroz
de la Albufera. En la puerta ya marido y mujer, bajaron
los rocieros del coro y se les pusieron a cantar, una de
las cosas más ridículas que he visto. Los novios muy
serios, a pie firme, y delante, el coro rociero
cantándoles unas cursiladas espantosas sobre la perfecta
casada, pero sin Fray Luis.
Me fijé en la
indumentaria del coro, que era ciertamente la más
apropiada para Madrid. Como la Raya Real arranca de la
parte alta de la calle Serrano y el puente del Ajolí
está exactamente entre Doctor Arce y Velázquez, los
rocieros del coro de Santa Gema iban perfectamente
pertrechados para la ocasión. Ellas, con botos de
Valverde bajo los volantes de sus faldas. Ellos, también
con estos botos perpetuos de los rocieros, su chaquetilla
corta, su sombrero de ala ancha, su faja. Ah, y todos con
su medalla. No se olvide nunca la medalla.
Hoy salen las
carretas de las hermandades del Rocío aquí en mi pueblo
y en siete mil millones más de pueblos andaluces, como
Badalona, Moratalaz o Bruselas. Van todos al Rocío. Pero
por muy bien ataviados que vayan, no irán de perfectos
como los del coro rociero de la marisma de Santa Gema. Se
quejan de que los andaluces vamos con el tópico por
delante, pero acordándome del coro de la iglesia del
bautizo de la niña de Terelu me lleno de perplejidad. Yo
era andaluz y estaba allí vestido de señor particular,
tratando de disimular mi meridional nación para que no me
tomaran por cateto. Y en cambio, unos novios valencianos
estaban encantados con que les cantaran tópicos andaluces
unas señoras y señoritas de Madrid perfectamente
disfrazadas de rocieras. No tenía en cuenta, claro, que
esto del Rocío es una moda nacional que hace que de hoy
al lunes cotice muchísimo un millón que nunca se
devalúa: un millón de españoles disfrazados de
señoritos andaluces, haciendo camping en la marisma.
Biografía
de Antonio Burgos
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en El Mundo
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