ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  3 de mayo de 2014                 
                                
 
Escudo Antigorrones
 
Igual que el espionaje se combate con el contraespionaje y la mancha de la mora con otra verde se quita, existe entre los titulares de casetas una común preocupación: conseguir la fórmula que definitivamente impida que se cuelen los gorrones y que, una vez dentro, acaben con el manso, ora acodados en estricto apalancamiento en la barra de la trastienda, ora sentados en la mejor mesa mientras las niñas de un socio bailan al compás de las sevillanas que cantan "Los Romeritos de Sevilla Este", unos chavales que no lo hacen mal y que animan muchísimo la caseta en plan Los del Río. Ojana total.

Se han ensayado muchos métodos antigorrón, hasta ahora todos sin resultado. ¿Usted ha visto la cantidad de vigilantes de seguridad que hay en el Real? Cienes y cienes de seguratas en las puertas de las casetas, que piden pases de todas las marcas. Pues esos vigilantes, que son tan efectivos en la puerta del Zara de La Campana, y del C&A de la calle Tetuán, y en el H&M de la esquina de Velázquez con la calle del Círculo de Labradores, son completamente ineficaces ante el gorrón de Feria. Para lo único que sirven los vigilantes de seguridad es para que las mendicantes gitanas gordas del clavel no entren a dar el coñazo y a quitar de paso las carteras que puedan. Pero los gorrones se les escapan vivos a los seguratas y entran como Pedro por su cas...eta. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque el Gorrón Vulgar o Gañotis Hispalensis (que de ambas formas los describe en sus estudios el profesor Johnnie Walker) tiene la mimetización como elemento fundamental de supervivencia. ¿Que tiene que colarse para gorronear en una caseta de la calle Pascual Márquez? Pues va descorbatado, descamisado y despechugado. ¿Que quiere pegar el mangazo de langostinos en otra tela de elegante de la calle Juan Belmonte? Pues se pone como el torilero de la plaza de los toros: de Emidio Tucci y oro. Y con una corbata así haciendo una S hacia adelante, como las usan en Jerez, que la corbata llega por lo menos media hora antes que el Domecq que la lleva.

El gorrón tiene un arma que anula todas las vigilancias y controles de puerta: el "¡buenas tardes!". Sí, con paso firme y la vista alta, muy resuelto, como si fuera el dueño de aquello, a la voz de "¡buenas tardes!" yo he visto al Gorrón Hispalense colarse en las mejores y más inaccesibles casetas. Suelta el saludo con tal autoridad, convencimiento, naturalidad y, ¿por qué no decirlo?, orgullo de clase, que yo he visto entrar de ese modo al gorrón en Pineda, en Pinedilla, en el Aero, en el Labradores. Donde haga falta. Llega el tío y les dice tanto al portero de uniforme como al seguridad que está allí de pareja nombrada con él:

-- ¡Buenas tardes!

Sin enseñar más carné de socio, ni más tarjeta de Feria ni nada, los de la puerta le franquean el paso, y le desean:

-- ¡Buenas tardes, señor!

No "señor gorrón", no: señor a secas. A partir de ese momento, ya puede ocurrir de todo. Las bandejas de langostinos pueden desaparecer como la Atlántida bajo la mar gaditana. Y de ahí la honda preocupación por encontrar un método antigorrones, a la vista de que ni carnés, ni tarjetas, ni nada: el Gorrón pasa los controles como el rayo de sol por el cristal. En Rota han montado los americanos el escudo antimisiles, ¿no?, por si a los moros malos les da por pegarnos el vejigazo. Pero nadie ha sido hasta ahora capaz de poner en la Feria un eficaz escudo antigorrones. Y tengo la solución: la de los cruceros y los hoteles del taco en Santo Domingo y en la Riviera Maya. Sí, hombre, las pulseritas de plástico que te ponen para que se sepa que tienes barra libre y todo pagado. Colocada como identificación a los socios de las casetas y a sus familiares e invitados de verdad, la pulsera antigorrón evitaría que estos trincones pegaran el mangazo, ya que no se serviría rebujito alguno ni se acercaría ninguna bandeja a quien no la llevare. Pero tampoco estoy muy seguro. El gorrón acabaría orientándose y encontrando el modo de ponerse una pulsera de pega para dar el pego. Y el mangazo, que es lo suyo.

 

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