ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 30 de julio de 2014                 
                                
 
El encamisado
 
Desde su velador de aquel Café Gijón que ha evocado Javier Villán en su libro, el atildado Gerardo Diego, que parecía que siempre acababa de salir de la ducha, nos pregonó un día como su versión civil de "Con flores a María", no sé si sería por mayo, cuando las grandes calores: "Venid a oír de rosas y azucenas/ la alborotada esbelta risa./ Venid a ver las rosas sin cadenas,/las azucenas en camisa". Sin poner un pie en el Gijón, yo me atrevería a escribir el popurrí gaditano de esos versos, contemplando a Pedro Sánchez, el nuevo baranda del PSOE: "Venid a ver la rosa que da pena,/que no la cuida tanto Prisa./Venid a ver a un tío que se estrena;/a Sánchez en camisa".

¿Por qué Sánchez, el nuevo baranda del PSOE, el que ha sustituido a Pérez cuando se fue de Juannaja tras perder las europeas, va siempre en mangas de camisa, con su camisa blanca como de mormón, excepto cuando acude a visitar a Rajoy en La Moncloa para engañarlo a domicilio como allí se hartó Zapatero de engañar a Rajoy como visitante y no como equipo local? ¿Camisa de once varas? Me parece que tengo la clave de la camisa blanca de Sánchez. No, no es que sea un forofo de Ana Belén, que es de la cuerda de la ceja: "España, camisa blanca de mi esperanza,/ aquí me tienes, nadie me manda". No debe de ser por eso, porque en tal caso el final de esa canción nos daría el retrato cruel de Sánchez: "Peregrino a ningún lugar". A ningún lugar que no sea Ferraz, protectorado de Susana Díaz. No, no es por la camisa blanca de Ana Belán. Ni por la negación de la camisa negra de Juanes: "Tengo la camisa negra/ porque negra tengo el alma". (Canción que, por cierto, trae de serie y de fábrica incluido su popurrí carnavalesco: "Tengo la camisa negra,/mi mujer es una guarra/y hace ya catorce meses/que la cerda no la lava...)

La camisa blanca, impoluta, de anuncio de detergente, de Sánchez es el símbolo de que en el PSOE han dejado de mandar los camisas viejas. Porque aunque va en mangas de camisa es todo lo contrario de aquellos descamisados en cuyo nombre hacía demagogia Alfonso Guerra cuando vicegobernaba. Este Pedro Sánchez es todo lo contrario a un descamisado: es un encamisado. Como la nariz de Quevedo: érase un hombre en una camisa enfundado. Camisa sin corbata. Blanco nuclear. Ni arremangada totalmente ni con el puño abrochado: dos dobleces elegantes en la manga, y listo. Con lo cual no podemos colocar a Sánchez en ninguno de los dos grandes grupos de azucenas en camisa, digo, de españoles en camisa blanca de corbata y chaqueta: los españoles del taco que las usan con puño doble almidonado para pasadores tela de buenos, cuanto menos de plata; y los españoles tiesos que llevarlas solemos de puño sencillo y con botón chuchiperri, que ni puedes orgullosamente enseñar los puños por las bocamangas ni nada, porque son camisas de las rebajas.

Aquellos socialistas antiguos que tanto en Filesa dieron que hablar presumían de descamisados, pero no era la camisa su prenda de uniforme: era el traje de pana. A lo mejor este Sánchez es también de los últimos de Filipinas del rayadillo de algodón de la pana, pero no se lo pone porque con estas calores le iba a dar algo al hombre, y por eso va no descamisado, sino encamisado. Tú le abotonas el cuello a Sánchez, le pones una chaqueta y una corbata roja y es un ejecutivo del Santander. Con traje tiene planta de jefe de ídem del Cortinglés, como Suárez. Tal parecía cuando fue a engañar a Rajoy a domicilio. A lo mejor se pone la camisa blanca porque es camisa vieja de sí mismo, vieja guardia de la renovación. Porque no quiero ni pensar que todo sea modelo Isabel la Católica y toma de Granada, que el gachó haya hecho promesa de no cambiarse de camisa hasta que conquiste la Moncloa, ¡menudo olor a zorruno! Como no soy tertuliano (ni Dios lo permita), desconozco si con el encamisado les llega la camisa al cuerpo o no a los del PP.

 

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