ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 21 de octubre de 2014                 
                                
 
Flores de otoño

 

Por el teletipo de las jacarandas, Carlos Crivell Reyes, como pregonero de guardia de las inmutables glorias de Sevilla, nos da la noticia. Una noticia de las que de verdad interesan, de las chachi buenas, no de esos bodrios insoportables que ahora mismo, mientras tecleo, estoy escuchando en una radio donde le tienen montado un botafumeiro importante, quizá de peaje, a Susana Díaz. Que, por cierto, cuando la escucho hablar me recuerda tela a Isabel Pantoja. ¿Será que las dos tienen el habla del Tardón? No es la de Triana, no: es el habla del Tardón, entidad local propia. Hay en las palabras de Susana Díaz una como soberbia pantojista, cuando habla de "mí" Junta y de "mí" Sanidad, marcando mucho el acento en el "mí". Y en ese "mí", el adjetivo posesivo se convierte en pronombre personal de una soberbia en Modo Tardón On que no se puede aguantar.

Pero passsso de Susana, porque el pregonero de las glorias nos ha anunciado que junto a la Torre del Oro hay un naranjo hermosamente en flor. Y nos ha mandado la foto de ese naranjo del antiguo Paseo de la Marina. Qué nombre más bonito perdió el callejero de Sevilla por culpa de Colón. Desde la Catedral, al Paseo de la Marina se llegaba por la calle de la Mar y por la calle del Áncora. Ay, aquella Sevilla marinera del muelle que la otra tarde evocábamos en la Casa de ABC con la familia Iturri, que en esa banda del río tuvo el Belén de su emporio de creación de riqueza...

Está el naranjo en flor junto a la Torre del Oro. Viene pidiendo recuadros. ¿Habrá noticia más importante que este hermoso y hondo otoño sevillano, todavía con los días ni cortos ni largos, sino con los veinte muletazos justos de luz tamizada, no primaveralmente cegadora? Y en este otoño, las flores de la estación. Las segundas floraciones. Como una segunda primavera. Como una segunda juventud de la Vieja Dama que tan hermosa estaba cuando la flor del naranjo trasminaba el aire, sonaban tambores y en la gruta de las maravillas de la Alcaicería colgaban las estalactitas de las cartoneras de los machos; que es, con palabra de vestido de torear, como los viejos nazarenos llamaban a los capirotes. Los altos antifaces de negro de la Madrugada sí que se ajustan bien los machos de las cartoneras para hacer el paseíllo de la verdad por el camino más corto.

Está en flor el naranjo de la foto que me manda Crivell Reyes y hasta aquí trasmina. ¿Por qué ha florecido allí, junto a la Torre del Oro? ¿Como protesta por las plataneras que cortaron en la calle Almirante Lobo y que ya, ay, nunca más sacarán sus verdes ramos para saludar a la Virgen de la Victoria cuando vaya camino del Postigo del Carbón? No, el naranjo está en flor como lo están otra vez las jacarandas. En esta secreta floración otoñal, tan discreta. Como unas segundas nupcias con la primavera. Sin la explosión del color. Ahora las jacarandas son más de color túnica de la Quinta Angustia que nunca.

Y está al caer el día en que vuelva a casa y me reciba el olor de la floración de la dama de noche por Todos los Santos. Y los jazmines luneros se volverán locos con la competencia. O mi jazmín del pregón. Cuando me encargaron el pregón, Angelita Molina me regaló un jazmín para que me inspirara. Ese jazmín es tan fiel a su extremosa donante que sólo florece cuando se va acercando el Domingo de Pasión. Después se cierra todo el año. ¿Jazmín lunero? No, jazmín atrilero. Yo ahora tomo este papel de los calentitos de Angela, y por el milagro del pan de Polvillo y de los pescados fritos de la freidura de mi calle de la Mar, lo convierto en jazmín atrilero. Le añado las flores de los naranjos del Paseo de la Marina, y las jacarandas nuevamente florecidas en un Cristina donde aún sigo jugando de niño con Jaime Guardiola, y le sumo la fragancia de la dama de noche. Y se lo ofrezco al poeta pregonero. Porque sabrás, Lutgardo, que Sevilla se pone en flor por estas fechas para que a los pregoneros recién nombrados les sea más fácil en este otoño con humo de puestos de castañas escribir sobre el olor del incienso de Dios en la ciudad.

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