ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 13 de abril de 2015                 
                                
 

 El Quiroga del Pali

Hubo una vez un hombre nacido en Sevilla y tocado por la gracia de Dios de la inspiración poética que se llamó Rafael de León y Arias de Saavedra, quien nos enseñó que los ojos verdes son como la albahaca o que los blancos faros dejan caer besos de plata sobre los veleros. Si ahora usted, al leerlos, no sólo ha recordado esos versos, sino que hasta les ha puesto música, es porque como al conde de Gómara (que había sido gente en la Diputación de Sevilla y en la Real Maestranza) le había salido un niño tan buen poeta como mal estudiante, este Rafaelito León sobrino de la Condesa de Lebrija, cogió el buen señor y mandó a su hijo a Madrid, encomendado a un paisano serio que había sido organista de los Jesuitas y que, aunque dedicado al artisteo y a la farándula, era persona de orden. Hablo de don Manuel López Quiroga: el Maestro Quiroga para la historia de la música popular española. Quiroga tenía en Madrid una academia de artistas y allí recaló Rafaelito León, que le había dado por escribir canciones, pero que vivía del dinero que su padre le mandaba desde Sevilla. Hasta que un día, cuando ya habían compuesto los dos "Manolo Reyes" y "Ay, mi Rocío", el maestro Quiroga puso una conferencia con Sevilla y le dijo al padre del poeta:

-- Señor conde: ya no hace falta que le mande usted más dinero al niño todos los meses, porque el niño ya puede vivir de las letras de sus canciones.

Gracias a Dios, León, proscrito y despreciado por los poetas oficiales y "cultos" de su tiempo, ya ha sido recuperado y justamente engloriado. Ya no lo insultan los exquisitos: "Es Lorca con sifón". Pero ¿qué sería de esos versos sin la música inmortal del maestro Quiroga? Bueno, pues algo así pasa en nuestra Sevilla con El Pali. El Pali reina en la memoria del arte de Sevilla y su trono es la silla de la calle Aduana en la que aún está empernacado: un baratillero que espera al Cristo de la Buena Muerte un día antes de que La Piedad lo meza entre sus brazos. Pero El Pali tuvo su Quiroga. Recordamos sus letras inmortales gracias a las músicas que sus versos llevan. Y esas músicas tienen autor. Felizmente vivo. Se llama Federico Alonso Pernía, prolífico compositor nacido en 1940 en Dos Hermanas, que quizá conociera a Palacios cuando en 1959 estaba trabajando cerca de su casa: colocado en Comercial Auto Tractor, la casa Ford, frente al Coliseo España. El Pali era entonces un cantaor de barrio, moyatosete, con su pelliza y sus gafas de culo de vaso; era el que cantaba las saetas que Florencio Quintero, completamente Tintorettos los dos, improvisaba presuroso en una servilleta del Bar Carriles de la Puertalarená cuando La Caridad venía ya por el Alfolí...

Alonso Pernía le dio su sitio al Pali. Lo animó a que formara con Miguel de la Isla el dúo de sevillanas "Los Rocieros del Quema". Y fue el que en 1974 se lo presentó a José Blas Vega para que Hispavox le grabara un disco como solista de sevillanas clásicas, en un mercado dominado por Los Hermanos Reyes o Los Romeros de la Puebla. Alonso Pernía fue quien llevó al Pali al Huerto de Mariana de la Sevilla perdida, con aquel primer disco, "Añoranzas sevillanas", en el que venía una toná que fue un gran éxito: "En la Puerta Correos, mi arma,/tú me has citao/pá ir a Las Lumbreras/por bacalao"... Y luego vinieron discos y más discos, letras y más letras, éxitos y más éxitos, evocaciones y más evocaciones, siempre con la música de Federico Alonso Pernía. Que tuvo el acierto de imbricar al Pali en la memoria musical de la ciudad, en la tradición de las sevillanas corraleras, pastillas de jabón a real y me casé con un enano pá jartarme de reír. O con las tonadas del Leal de Camas: tan alta era la nave de la Marina en que Pernía embarcó a Palacios. Como padrino del que saqué de pila como "El Trovador de Sevilla", quiero hacer hoy justicia a su músico, al preterido Federico Alonso Pernía, el Quiroga del Pali. Así que, ¿sería mucho pedir, alcalde Zoido, que el próximo día de San Fernando le ponga usted la Medalla de Sevilla a Alonso Pernía? Pero no solo, sino en compañía de otro: de Manolo Garrido, el poeta gracias al cual hasta los Papas de Roma saben que algo se muere en el alma cuando un amigo se va...

 

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