ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 18 de octubre de 2015                 
                                
 

Aquel Domund racista

Me pasa con el Domund como a aquel marino inglés con el almirante Nelson, que lo iba contando siempre:

-- Nunca se me olvidará lo que me dijo el almirante Nelson. Yo era un joven guardiamarina de la Armada de Su Majestad, a quien le tocó sentarse a la mesa un día que Nelson visitó nuestro buque y el comandante le ofreció una cena de gala en su cámara. Allí me dijo Nelson esas palabras que nunca se me olvidarán.

-- ¿Y qué le dijo Nelson?

-- Se dirigió a mí, que estaba sentado el último en la mesa, y me dijo: "Joven: ¿es tan amable de pasarme la sal?"--

A mi me pasa con el Domund como al marino inglés. Nunca olvidaré lo que me dijo Juan Belmonte aquel domingo de octubre en que los alumnos de Portaceli, con nuestros trajecitos azul marino de uniforme y nuestras corbatas negras, nos echábamos a la calle por parejas, para pedir para el Domund. Domingos en los que, ay, nunca conseguí una hucha de cerámica con la cabeza de un chinito, un negrito o de un jefe indio de película del Oeste. En aquellas huchas de cerámica sonaban más las pesetas rubias, los reales y las perras gordas que te echaban en casa para que no la llevaras vacía. En los jesuitas eran escasas esas huchas y los más de los mendicantes misionales íbamos con una talega azul celeste, que llevaba impreso el nombre del Colegio del "Corazón Inmaculado, que nunca podré olvidar".

Junto con mi compañero de pareja petitoria, él afortunado con hucha cerámica de cabeza de negrito de la canción del Cola Cao, yo con mi talega azul celeste, vi de pronto acercarse por la Avenida, a la altura del Coliseo España, a don Juan Belmonte. Venía con paso apresurado y las manos atrás, encorvado mirando al suelo y ocultando su timidez bajo las alas gachas de su verde sombrero flexible de fieltro. Y fue entonces cuando, sabiendo a quién me dirigía, porque estaba harto de ver sus fotos antiguas en "El Ruedo" y el "Dígame" que mi padre llevaba a casa, le dije:

-- ¿Me da una perrita pal Domund?

Y entonces fue cuando Belmonte me dirigió las palabras "que nunca podré olvidar", como aquel marino inglés las de Nelson. Echando en mi jesuítica talega azul celeste una moneda de dos reales, de aquellas del agujerito en el centro, me dijo don Juan Belmonte:

-- ¡Toma, chaval!

Me he acordado de la inolvidable frase que me dirigió don Juan Belmonte al visitar la exposición de viejos carteles de "El Domund al descubierto", campaña que por vez primera se celebra fuera de la capital del Reino y que ha tenido como pregonero a Ángel Expósito. Había vitrinas de objetos relacionados con "Los carteles del Domund 1941-2015". Busqué las huchas famosas de los negros, los indios y los chinos. Las que cuando Chumy Chumez se casó con una norteamericana de California de origen y raza chinas, y tuvieron un hijo amarillito con los ojos rasgados, el guasón de Manolo Summer, cuando fue a conocer al niño de su íntimo, le dijo:

-- Compadre, ¿pero tú qué has tenido? ¿Un niño o una hucha del Domund?

Trabajo me costó encontrar en la exposición las huchas famosas. Estaban como vergonzosamente ocultas. Juzgado aquel Domund con la mentalidad de hoy (cosa que nunca debe hacerse en Historia), era una fiesta del racismo, aunque sin xenofobia. Y una exaltación de la raza blanca. Como en las huchas de nuestra ilusión, en el cartel antiguo donde no hay un negro es porque hay una chinita, anunciando el "Domingo Mundial de la Propagación de la Fe". Ni el Concilio Vaticano II acabó con el que hoy sería racismo en la cartelería. Ya el Domund no es para bautizar infieles, como entonces, en plan Francisco Xavier en "El Divino Impaciente". Es para afirmarnos en la universalidad de la Iglesia y de nuestra Fe. Y para que, de paso, como el marino inglés, nunca se me olvide la frase que, monedita de dos reales en aquella mano que revolucionó el Toreo, me dijo Belmonte en aquel Domund: "¡Toma, chaval!".

 

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