ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 5 de noviembre de 2015                 
                             
 

Pantalones de aeropuerto

Tíeneme aconsejado la jefa de mi Casa Civil que en estos artículos me deje de soflamas contra Susana, floretazos a Espadas y lamentaciones por la pérdida de la Unidad de España a manos de los separatistas trincones catalanes. Y que haga como su leída y admirada Carmen Rigalt los domingos en la competencia. Que hable de cosas amables, cercanas y familiares: las andanzas de sus nietos o las hazañas de su gatos. Por una sola vez y sin que sirva de precedente (como dicen en la Concordia entre la Esperanza Macarena y El Gran Poder cuando los nazarenos de ruán del Señor van a pedir la venia a la Basílica) haréle hoy caso. Como un regalo de aniversario. Hoy hace años que en Santa María de la Asunción de Guadalcanal nos casó (por la Iglesia, por donde hay que casarse) don Manuel Barrera Cobano, aquel párroco que tenía tal gesto como de continua congestión nasal que la retranca serrana (¿verdad, querido Juan Rivero Cerrato, que fuiste testigo?) le puso de mote "el primer tiempo del estornudo".

En este regalo de aniversario nupcial en forma de articulo contaréles que a causa del estricto régimen de comidas y el diario y moderado ejercicio andariego que me mandaron el doctor Pineda y el equipo cardiológico de la Clínica del Sagrado Corazón tras el jamacuco que me dio cuando el Carnaval, he perdido casi diez kilos de peso. Y me he encontrado con una cosa buena y otra mala. La buena, que he recuperado un fondo de armario maravilloso: trajes que me estaban chicos de no podérmelos poner de hace quince años me están ahora níquel. Casi cien mil duros en sastrería que me he ahorrado, frac académico, chaqué y esmoquin incluidos. La mala, que la ropa más reciente me queda tan grande, que cuando me quito el cinturón, se me caen literalmente los pantalones. El zapatero del barrio está harto de hacerme más gujeros en las correas con el sacabocados. Cada vez que voy, me dice:

-- ¿Dos agujeros más en el cinturón, don Antonio? Se va a quedar usted en el chasis.

Por eso me he tenido que hacer unos que llamo "pantalones de aeropuerto". Pantalones de pana con mis nuevas medidas, que cuando pasas los controles de seguridad de los aeropuertos te quitas la correa y no se te caen y no te dejan poco menos que en calzones blancos a la vista de la gente, o cogiéndotelos con una mano para que no se te caigan y con la otra la impedimenta. Los he estrenado en la odisea con esa British Airways que nos desprecia a los viajeros de "código compartido" de Iberia y que les conté. Mano de santo: te quitas el cinturón y puedes dedicarte a poner todas tus pertenencias en las bandejas de control de seguridad sin que tengas que preocuparte por los pantalones que se te caen sin la correa.

¿A que es divertido? Cumplo deseos de la Jefa, de escribir cosas divertidas y personales. Pero ahora paso a lo mío de siempre. Es indignante cómo hemos tragado todos en los aeropuertos con la excesivas medidas de seguridad, sin rechistar. ¿Qué pasa, que somos todos presuntos terroristas? Vamos al control de seguridad con la conformidad y silencio con que los judíos se montaban en los trenes de los campos de exterminio. Nos quitamos todo lo que hay que quitarse. Las señoras hasta zapatos y botas, sin que les den "papis" para pisar el frío suelo. Nos desprendemos de abrigos y chaquetas, de teléfonos... Hasta de la familia casi. Y por supuesto que de cinturones...aunque se nos caigan los pantalones. Metemos en una bolsa de plástico los botes, que no han de ser grandes, porque te los quitan los tíos, y los tiran con saña a la basura, aunque cuesten una fortuna. He visto contenedores llenos de carísimos cosméticos confiscados por estos impropios registradores de la propiedad. Que en muchas ocasiones no son ni de la Guardia Civil ni de la Policía Nacional de Fronteras, sino señores particulares. Pues nada: a todo esto nos hemos acostumbrado, y esta ofensa colectiva a la dignidad personal, esta humillación con colas y bandejas, la tomamos como lo más normal del mundo. Nos toman a todos por terroristas. Cuando a lo mejor al que tenían que controlar mejor es al que va en la cabina pilotando, como aquel alemán loquito que estrelló su avión contra los Alpes.

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