ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 13 de mayo  de 2016               
                             
 

Un umbral en Sierpes

La historia está escrita en el aire de Sevilla y contarla suelen los duendes de la calle Sierpes. Fue que un soriano que se llamaba Sanz, pastor en el pueblo de Rollamienta, siguiendo el ejemplo de tantos paisanos que habían logrado fortuna bajando a la Andalucía por los caminos de la Mesta, cogió y como quien busca las fuentes del oro se vino a Sevilla. Andando. Con unas alpargatas. Siguen contando los duendes que aquel soriano Sanz que a buscar fortuna venía intentó dormir la primera noche en el umbral de una casa de la calle Sierpes, a falta de dinero para posada. Incómodo acomodo de donde antes que sonaran las 12 en la Giralda lo echaron de muy malas maneras, como quien larga a un perro callejero. Y sigue contando la historia que aquel pastor soriano recién llegado a Sevilla en busca de trabajo y de los caudales que por sus tierras contaban que aquí se hacían, encorajinado por haber sido arrojado de tan malas formas de su serpentino acomodo del mármol de un umbral, se juró que cuando se hiciera rico, como estaba seguro que iba a ocurrir, compraría aquella casa de la calle Sierpes de donde lo habían echado, en cuyo escalón no lo habían dejado dormir teniendo su gorrilla por almohada.

El tiempo corrió, presuroso, como dicen que huye, irreparable, las seis esferas de los relojes del Cronómetro. Sanz trabajó con denuedo en varios oficios, como tantos otros inmigrantes que por los caminos de la Mesta a nuestras tierras llegaron y que llamaron a todos "los sorianos" por El Viso, y por Mairena, y por Cazalla, y por Guadalcanal y, sobre todo, por Lora, por Lora, Lora del Río. Y juntó dinero.

Y cuando fortuna había hecho al pie de la Giralda y a orillas del Guadalquivir, aquel pastor de Rollamienta que andando se había venido desde los pies de la sierra de Cebollera y desde la orillas del río Razón; aquel que ya era no "un soriano", sino que en toda Sevilla conocido era como el señor Sanz, cumpliendo con el juramento que a sí mismo se había hecho, compró la casa de la calle Sierpes, que propiedad era de un tal don Miguel Álava, de cuyo inhóspito umbral con tan destempladas cajas lo habían expulsado, sin látigo, pero como Cristo a los mercaderes del templo. Y, conocedor de los deseos de su padre y de la simpatía que sentía por un círculo que en sus negocios frecuentaba para el trato y la compraventa, su hijo, Ignacio Sanz Escobedo, legó la casa del famoso umbral del emigrante al Círculo Mercantil, vendiéndosela por una cantidad simbólica.

Aquel Sanz, de pastor que se vino andando desde su pueblo, como tantos sorianos, gracias a los milagros de Sierpes, del mismo modo que el republicano concejal don Ángel Casal había sido convertido por la calle en Rey de los Bolsos, con su esfuerzo, su trabajo y la austeridad propia de la gente de su tierra de origen, había llegado a próspero comerciante y agricultor. Y a un adelantado de su tiempo siguiendo las ideas sociales de León XIII en su "Rerum Novarum". Tenía una mentalidad emprendedora e innovadora que ya la quisieran muchos empresarios de nuestra hora. Nada le había dado la sociedad, ni Sevilla, que todo se lo había ganado con su trabajo. Pero mucho le devolvió. El soriano Sanz era gente en los círculos de estudio de "El Debate" de don Ángel Herrera Oria. Escribía en las páginas agrícolas y ganaderas de "La Unión", el diario tradicionalista de la calle Arjona que entonces dirigía don Rafael Sánchez Arraiz y que luego habría de llevar adelante, en duros tiempos para Dios, para la Patria y para su carlista Rey Legítimo, aquel incomprendido y batallador periodista, ahora olvidado y revanchistamente borrado del callejero que fue don Domingo Tejera. Así que cuando pasen por la calle Sierpes y vayan a entrar a una exposición cofradiera que el Mercantil tenga en su "Círculo de Pasión", cuando pisen el umbral, háganlo con todo ciudado y respeto, con leve pie. Están pisando una de las más hermosas y generosas leyendas de las muchas que tiene la calle Sierpes.

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