ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 21 de junio  de 2016               
                             
 

Concejal José Castillo

Cuando murió Luis Cernuda en su exilio mexicano, Romero Murube dedicó en ABC un hermosísimo gorigori lírico a su viejo amigo: "Responso difícil por un poeta sevillano". Difícil porque Cernuda entonces estaba, aparte de ignorado, prohibido, y la edición de "La realidad y el deseo" en el Fondo de Cultura Económica te la tenía que traer de tapadillo Pepe Blanco en su Librería Internacional de la Cuesta del Rosario. En tiempos de Romero Murube no había libertades para escribir sobre un poeta oficialmente rojo y proscrito, aunque fuese de la desconocida burguesía sevillana que apoyó a la II República como una esperanza...hasta que empezó a arder bien pronto, en mayo de 1931, la Capillita de San José.

Si Joaquín Romero le echó valor a escribir sobre la muerte de Cernuda en plena dictadura, no menos he de ponerle yo ahora para hacerlo sobre un concejal sevillano del franquismo. Sé que me la juego ante la Inquisición de la Progresía, estando como estamos en plena Dictadura de la Políticamente Correcto. Me dio mucha pena enterarme ayer por el artículo de Antonio García Barbeito (la más hermosa voz hablando andaluz con todo orgullo, una vez desaparecido Diego de los Santos) que a los 89 años había muerto el bueno de Pepe Castillo González, concejal en los ayuntamientos de los alcaldes Félix Moreno de la Cova y Juan Fernández. Sí, concejal en el franquismo, ¿passssa algo? Pepe Castillo fue presidente y me parece que fundador del Patronato Municipal de la Vivienda, lo que ahora es Emvisesa. Lo traduzco: Pepe Castillo se hartó de dar pisos a los que los necesitaban para salir de la sala y alcoba en un inhumano e insalubre corral de vecinos. Le pasó como a su coetáneo en el poder local, el gobernador Utrera Molina: que Castillo cometió el terrible delito de promover pisos oficiales y darlos poco menos que regalados a los trabajadores sevillanos.

Aquellos concejales a los que ahora llaman de todo eran unos señores que apenas cobraban un duro: 300 pesetas al mes me parece que les daban; vergüenza me da traducirlo a euros. Si eran delegados de Limpieza, se levantaban a las 5 de la mañana para ver si de la calle Muñoz León habían salido todos los camiones de la basura y las cubas de baldeo de las calles. Si eran delegados de Personal, estaban a las 7 de la mañana en la Casa Grande, para ver que no había funcionarios profesionales de la baja ni escaqueados de los que querían que les mandaran el sueldo a su casa. El de Bomberos hasta iba a los fuegos tras el coche-escala. Eran falangistas de la calle Castelar, hombres del Movimiento o sindicalistas, como el muy sevillista Pepe Castillo. Pero, sobre todo, eran servidores de Sevilla y de los sevillanos, como el dignísimo Antonio Fernández Asencio, que dedicaban su tiempo y su entusiasmo para que todo funcionara con unos austeros presupuestos municipales, sin pegar a los vecinos los actuales grandes sablazos fiscales del IBI.

Leo en la esquela de mi querido Pepe Castillo que su familia y amigos destacan "su carácter entusiasta frente a la vida". Lo tenía; y mantuvo ese entusiasmo de viejo sindicalista del vertical edificio del Duque hasta sus últimos días, muy preocupado por su Patria. Me paraba con él para echar un ratito de charla cuando me lo encontraba por las tardes sentado con sus amigos en un velador de la terraza de la Confitería La Campana. Pepe Castillo, compañero de corporación de mi padre con el alcalde Moreno de la Cova, vino a mi boda hasta Guadalcanal, y sé que me tenía ley, aunque él estuviera por el franquismo y yo con las esperanzas de libertad puestas en Estoril. Desde esta libertad que nos ganamos a pulso, no puedo en conciencia dejar sin un recuerdo difícil a aquel sevillano de Salteras que sirvió a la ciudad sin recibir nada a cambio y por el que ahora le digo a sus paisanos de la Banda de la Oliva que toquen en su memoria y honor su himno. El que hablaba de esos luceros en los que ya está Pepe Castillo.

 

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