ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  11 de dicieimbre de 1982
                             
 
Pavana por un marquesón difunto

Decidle al señor alcalde, decidle al corregidor, que ruede de boca en boca esta copla que los niños cantan a la rueda, rueda, esta triste copla que el viento se lleva. Paca Mora, Rosita de Capuchinos, La Lirio, La Parrala, Doña Sol, Triniá, Magnolia, Petenera, Mari Cruz, Rocío, María de la O, Eugenia de Montijo, María de las Mercedes, mirad: me lo contaron ayer las lenguas de doble filo, con la tristeza doliente y cansada de un acordeón. Que se ha muerto la nata de la canela de nuestra canción. Que sé ha muerto Rafael de León y Arias de Saavedra, el marquesito que escribió «Ojos verdes», el marquesón que con su hacienda y su apellido compuso sonetos con sangre azul de vena o mapa para los que lo condenaban en la boca torpe de la gente. No han llevado cuatro duques por las calles de Madrid a quien hizo cantar a España mañana, tarde, noche y madrugada. Se murió afeitándose. Tenías, Rafael, que haberte buscado otro barbero que se diera más maña para bendecir al amor que te da muerte.

Inventaste, Rafael, un mundo poético, la mitad de Sevilla, la otra mitad Roma, que ahora taraceo en esta pavana con tus propios versos, ojos de almendra, labios de trigo, ríos de sangre, talle de espiga, ojos como los celos, voz de carne membrillo, manos de terciopelo, faldas de alhelí, marineros más rubios que la miel. Quiero ahora, Rafael, brindar por una Andalucía que no tenga mantillas, ni claveles, ni feria, sino pañuelos carmesíes, jubón de terciopelo, falda de alhelí, besos de plata, gusto de menta y canela, cruel como un martillo de tormento o un bebedizo de menta y ajonjolí. Hablaron de que eras duque, juraron que eras marqués. Marqués, marqués del Valle de la Reina y conde de Gómara, esos títulos, Rafael, te los has inventado, te los encontraste en El Puerto al anochecer, cuando íbamos a ver un barco de vela que es de miel y canela, de plata y cristal, y los niños cantaban en redor de la fuente preguntándose dónde va el real mozo, dónde va con la capa de seda...

El mar, Rafael, nos ha quitado la patria y la memoria y no sabemos nunca el día en que vivimos. Me ha dejado tu muerte un sabor agridulce que en muchísimo tiempo no se irá de mi boca, ¿cómo escribes canciones siendo tan buen poeta? Y lo olvidé enseguida, como buen sevillano. Olvidé que tú solo llenaste la canción de poesía, senderos por los que pasa a caballo Paca Mora, ojos de María de la O, ojeras de La Lirio, penas, celos, martirios, pulsos que sangran, fuentes de amor... Nosotros intentando descubrir la verdad de la Andalucía que había hecho la guerra cantando «Rocío» o «María de la O», y Andalucía estaba allí, en los versos que nos brindabas, sirviéndote de vaso la copa de un olivo y de néctar un mosto de más de tres mil años. Andalucía se vestía de negro, ay, de negro, porque había terminado una guerra, y del por qué de aquel por qué la gente no quería enterarse, ay, Rafael, qué dolor del amor mío, nuestro por Andalucía, como escapada de un cuadro en el sentir de una copla, callejuela sin salida, era tan poco en la vida...

Prefiero seguir soñando, Rafael, a conocer la verdad de tu muerte, no me lo cuentes, vecina, que en Madrid, afeitándose, se ha muerto el marquesito de «Ojos Verdes», dio un grito llamando al ama de llaves, cómo gemía dentro de tu esqueleto la poesía...

Y es que es el recuerdo del pasado que nunca más ha de volver.

 

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