ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  25 de octubre de 2016
                             
 
"Llover sí ha llovío"

Tras un largo estiaje sin una gota (Sevilla siempre "o Juan o Juanillo") vienen estas lluvias antiguas. Todas las lluvias de otoño son antiguas. Con las que la ciudad se pone inmensamente bella. ¿Habrá luz más hermosa para la Giralda que esta penumbrosa de los días de lluvia? Sí, claro, para la circulación son un fastidio. Tanto, que parece que los pasos subterráneos de Sevilla (no confundir con el paso de la Virgen del Subterráneo) sólo están hechos para que se aneguen en cuanto caen cuatro gotas y podamos presumir de lluvia. No hay mejor pluviómetro que los pasos subterráneos de Los Arcos, de Arjona, de Bueno Monreal, de Torreblanca. Si esos pasos subterráneos no se anegan y no forman el follón del siglo en la circulación, ni esto es lluvia ni esto es ná.

Esta lluvia, belleza de su luz antigua aparte, me ha traído una confortación: en parte, Sevilla se sigue sintiendo ciudad campera. Sevilla, ante la lluvia que no acaba de llegar, sigue acordándose que antiguamente vivía del campo, de comerciar en la lonja callejera del Mercantil con sus productos o de embarcarlos en el muelle para la exportación. Todos lo hemos oído en estos días de husillos atascados, y eso que Emasesa, previendo el temporal, hizo hogaño una elogiable preventiva limpieza general de desagües e imbornales desde hace dos meses:

-- Con estas lluvias la circulación se pone imposible y hay que reconocer que para Sevilla es un fastidio, y para el comercio, ni te cuento: "Calle mojada, cajón vacío". Pero son muy buenas para el campo. Especialmente, para la aceituna. Aunque me parece que viene un poco tarde, esta lluvia era la que estaban esperando desde septiembre los que tienen olivar.

Y te suenan estas palabras tan antiguas como la propia belleza de la lluvia. Esta lluvia que a todos nos rejuvenece y nos hace niños que estrenan botas de agua para meterse en los charcos e incluso bajo el bajante de la Catedral, ese Niágara gótico que cae junto a la Puerta del Baptisterio. Te suenan antiguas, a la Sevilla agraria cuyos campos perdimos como los cielos de Romero Murube, estas palabras camperas en la Ciudad de los Veladores y de la mal llamada "industria turística". Pone cara de alegría el amigo que tiene campo al quien pregunto si ha llovido en lo suyo:

-- Pues fíjate qué bien, que ayer llamé a eso de las 3 de la tarde y ya habían caído 40 litros.

¿A que va a resultar que al Callejón del Agua le pusieron los antiguos así no por el acueducto que traía el líquido al Alcázar desde los Caños de Carmona, que en las contradicciones de Sevilla no eran de Carmona, sino de Alcalá de los Panaderos, pero que los llamaron así por la puerta por la que entraban a la ciudad? ¿A que va a resultar que el Callejón del Agua es un homenaje a la que siempre reciben los agricultores como bendición del cielo?

Con tantas calles anegadas, con los bomberos trabajando a tope para desaguar sótanos y garajes inundados, me he acordado una vez más de lo que contaba mi querido Jesús de las Cuevas en "Curro y los aparceros". Aquella vez que estaba en Madrid y llamó a Curro, el que le llevaba el campo, para preguntarle si había llovido. Y le respondió:

-- Mire usted, don Jesús: llové, ha llovío. Pero llové, llové, llové lo que se dice llové, no ha llovío.

Jesús de las Cuevas, en la memoria imperecedera de su "Historia de una Finca", estaría ahora feliz, porque todos los sevillanos, con el garaje anegado o con el paso subterráneo cortado, le responderíamos:

-- Pues mire usted, don Jesús: llové, llové, lo que se dice llové, sí que ha llovío. Se ha jartao de llové. Vamos, como cuando antiguamente acababa en una riá.

Gracias a Dios y a los técnicos a los que no se les hizo justicia con su desvío del río y sus cortas, por mucho que llueva en Sevilla ya no quedan más arriás que las de las voces de los capataces: "Arriando los cuatro zancos por parejo".

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