Es como cuando un novillero sin caballos, todo nervioso en la plaza del Arenal, ha pinchado repetidamente, "porque los toros tienen huesos", según sentenció el mágico Rafael de Paula con su filosofía jerezana de las papas enteras en la presentación de "Torerías y diabluras", el libro de su amado hijo Jesús Soto de Paula, en una Caja Rural convertida en cuarto de los cabales con Curro Romero y con el literalmente desgarrador cante de Agujetas que emocionó a Aurora Vargas, a Pansequito y al sursum corda. Cuando ese novillero pinchó tantas veces, sonaron un par de avisos, está al caer el tercero y no da pie con bola, al conseguir que se le cuadre por fin el utrero, el público, más entendido que el debutante, grita unánime una rotunda voz, como una sentencia de Sevilla:
-- ¡Ahoooora!
Bueno, pues lo mismo debemos decir cuando en estos días salimos de casa y con el primer sol el cielo está ya poniéndose azul Murillo, azul Purísima, y se recortan las figuras, los resoles y las sombras con otra luz, a pesar todavía de los fríos de brasero y alhucema. Al contemplar esa luz, decimos también:
-- ¡Ahoooora! Ahora es cuando esto ya está aquí.
¿Qué clarín suena en el cielo de Sevilla para que el sol saque el pañuelo de la mano de una Dolorosa bajo palio, cambie de tercio y surja esta luz nueva que es el mejor anuncio de los naranjos en flor, de los días del gozo, de la alegría del albero y de ese campo que se le mete a Sevilla por las puertas con el primer cascabeleo de un enganche a la calesera? Ya ha debido de sonar ese clarín, no de lágrimas de San Pedro, sino de corneta de los primeros ensayos de la Centuria Macarena, rufando el tambor de Hidalgo. Porque ya ha cambiado la luz. Y los duendes de Sevilla, que hasta tienen dedicada su barreduela al final de la calle Jimios como personajes ilustres de la ciudad que son, me han revelado el secreto. Yo sé quién ha traído a Sevilla esta luz recién nacida de los días del gozo: la cigüeña de la chimenea de la calle Dos de Mayo. La cigüeña que cada año vuelve a su alto nido de la vieja Maestranza de Artillería con la fidelidad de quien renueva el abono de su silla en la calle Sierpes para ver las cofradías. Por eso cada año, ritual, exacto, me lo avisa el decano de los abonados a la plaza de los toros, hermano de la Pura y Limpia del Postigo y de la Sacramental del Sagrario, esencia del barrio: don Fernando Ortega. Cuando los rocieros andan preparando candelarias, siempre me llama Fernando Ortega para darme la noticia de la llegada de nuestra cigüeña del Postigo a su abono de la calle Dos de Mayo. Donde, por cierto, habrá echado en falta el humo de los calentitos de Ángela. Hogaño no estaba en casa cuando me llamó Fernando para tan gozoso tradicional anuncio de nuestro secreto, pero se lo dijo a Isabel, que me puso un mensaje:
-- Ha llamado Fernando Ortega para decirte que ya ha llegado vuestra cigüeña.
Supe ayer la verdad revelada por los duendes del Arenal, infalibles en las mentirijillas poéticas de las leyendas de Sevilla. Ya sé quién trae esta luz. La trae cada año en su pico, metida en una vieja talega de una túnica del Baratillo, la cigüeña de las Atarazanas, y por eso me lo avisa el lírico vigilante Fernando Ortega. Cuando "impletis sunt diebus", el invierno da a luz. Pare esta luz de cofradías, luz de papeleta de sitio, luz de capirotes en la Alcaicería, que nos trae en su pico la cigüeña de la calle Dos de Mayo. Vieja cigüeña. Es la cigüeña que nos trajo a todos los niños del Arenal cuando nacimos. La cigüeña que trajo al Pali. La que trajo a Angelito el Guarnicionero. La que trajo a Juana la Calentera. La que trajo a don Isacio Contreras. La cigüeña que trajo a Juan Castro. La que trajo a don Antonio Bustos. La cigüeña que trajo a don Adolfo Cuéllar. Es la cigüeña que, con su llegada, nos anuncia que ha nacido esta luz. La que nunca podrán destruir, ni derribar, ni degradar, ni envilecer. Sevilla es esta luz que ya está aquí. La que ha salido del armario del alma de Sevilla cuyas puertas nos abrió Nuria Barrera con su cartel.
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