ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 2 de marzo de 2017
                               
 

Colmillos sevillanos

Presentábase en los salones altos del Real Círculo de Labradores el libro "La Sastrería" que aunque parezca escrito por mi admirado maestro alfayate don Fernando Rodríguez Ávila, pues no. Es de mi dilecto Carlos Navarro Antolín, que así titula su sección dominical en la competencia, donde le corta un traje a los personajes de Sevilla, retratos que ahora ha espigado y reunido en libro. Y me parece que fue José Antonio Carrizosa quien, en elogio del autor, dijo que tiene buena pluma, oficio y algo muy necesario en Sevilla: una mijita de colmillo. ¡Para qué lo dijo! La presentaciòmn convirtióse en una especie de Congreso sobre el Colmillo Sevillano, donde pudimos escuchar la lección magistral de Carlos Herrera sobre el tema. Consideren, pues, el presente artículo como una comunicación presentada fuera de plazo a dicho Congreso sobre el Colmillo Sevillano.

El colmillo es muy necesario en Sevilla. Es muy curioso: los dentistas, al colmillo, le llaman "el canino". Y esos son los más peligrosos, cuando se juntan entrambas palabras: el colmillo de los caninos de Sevilla. Sostengo, con Aquilino Duque, que me reveló su teoría, que Sevilla es una flor carnívora que te devora si con demasiada delectación la contemplas. Te pega la dentellada. Por eso tú has de tener bien afilado y en perfecto estado de revista y policía tu colmillo. Si no, te comen. Es como lo que recomendaba al doctor don Eloy Domínguez Rodiño, secretario de la Real Academia de Medicina, el viejo Marqués de Ruchena, abuelo del actual, sobre la necesidad del arte de las distancias en Sevilla:

--- Eloíto, Eloìto: con el usted por delante, que si no, te arrollan.

Al modo ruchenesco, le daría ahora mi felicitación a Navarro Antolín con un consejo:

-- Carlos, Carlos: con el colmillito bien afilado, que, si no, te comen.

Afilado y una mijita retorcido es necesario el colmillo en Sevilla. Tenía fama de colmillo retorcido don Santiago Montoto. Y un día llegó a su tertulia de la Punta del Diamante con gesto de dolor en la cara y un sangrante pañuelo en la mano, y díjole a Manuel Barrios:

-- Señores, vengo del dentista, que me ha extraído un canino. Y aquí se lo traigo a ustedes en el pañuelo, para que comprueben que no tengo el colmillo retorcido, como dicen.

A pesar de la prueba de su ensangrentado pañuelo, Don Santiago lo tenía bastante retorcido. Por eso pudo bandearse por Sevilla en su histórica enemistad con el todopoderoso Bandarán. El colmillo retorcido es tan necesario en Sevilla que hasta tiene un homenaje perenne: la columna salomónica en los retablos. En La Caridad, las columnas salomónicas del retablo de Simón de Pineda son un homenaje a los colmillos retorcidos de Sevilla. El Barroco hispalense está lleno de columnas salomónicas como homenaje al colmillo retorcido de los sevillanos. Aquí no nos van los derechos estípites del Barroco de la Nueva España: aquí nos gustan las columnas salomónicas de los colmillos retorcidos de la Vieja Sevilla, de las dentelladas que te pegan en cuanto vuelves la espalda.

Cómo será lo del colmillo sevillano, que hasta tiene su monumento. Y no en cualquier parte, sino en la Catedral. En la nave del Lagarto, condición a la que redujimos el cocodrilo que el Sultán de Egipto envió como presente a Alfonso X en 1260. Cómo nos tendría de calados el entonces llamado Solidán egipciaco, que junto al Lagarto y a la vara de la Justicia nos mandó a los sevillanos un colmillo de elefante, como queriendo decir: "¿Que esa es la ciudad de los colmillos retorcidos? ¡Ea, pues ahí lleváis un buen colmillo sin retorcer!". Luego, claro, vendría el Barroco con sus columnas retorcidas como colmillos sevillanos para desmentirlo. Pero el marfil está allí, colgado en la Nave del Lagarto. ¡Lagarto, lagarto! Más que los cocodrilos, que aquí degradamos a lagartos, los que te pueden comer de verdad son los retorcidísimos colmillos de las dentelladas que te pega esta Sevilla de los caninos salomónicos.

 

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