ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 12 de abril de 2017
                               
 

Penitencia digital

Nunca lo había pensado. Me hizo recapacitar en ello el arzobispo de Sevilla, el siguntino don Juan José Asenjo Peregrina, al abrir la Cuaresma con el centenario Vía Crucis de la Pía Unión, origen de la Semana Santa, que a su vuelta de Tierra Santa (de donde a su paso por Italia aprovechó para traerse el mejor Renacimiento) estableció en 1521 don Fadrique Enríquez de Ribera, primer Marqués de Tarifa y Adelantado Mayor de la Andalucía. Estableció Don Fadrique un devoto Vía Crucis que iba desde su casa en la plaza de San Andrés hasta el humilladero de la Cruz del Campo. Desde la casa del Marqués de Tarifa a la Cruz del Campo había exactamente 997 metros: dicen que los mismos que desde la casa de Pilatos al Monte Calvario. De ahí que, desde entonces, a la de Don Fadrique se la nombrara en Sevilla como "Casa de Pilatos", en la que hay hasta un "Balcón del Pretorio" y todas las importadas romanidades del Renacimiento, entre las que se cuenta legendariamente que hasta estaban las cenizas del gallo que escuchó San Pedro cantar por tres veces antes de sus negaciones y lágrimas.

Pero íbamos por el comienzo de la Cuaresma, antes que nos metiéramos en los orígenes de la Pasión según Sevilla en Semana Santa, y por la homilía que antes del Vía Crucis del primer viernes de marzo pronunció monseñor Asenjo, de quien soy partidario como otros lo son de Messi o de Roca Rey. Hablaba el arzobispo de las penitencias del tiempo cuaresmal o las de ahora, de la Semana Santa que prologa y anuncia la Pascua de Resurrección. Y recordando a aquellos sangrantes disciplinantes de tiempos del primer Marqués de Tarifa, dijo que hay que poner al día las mortificaciones en este tiempo de recogimiento y meditación. Los "sacrificios", que decíamos en el colegio por este tiempo. No basta con el ayuno y la abstinencia que, por cierto, cada vez cuentan menos en nuestra sociedad. Dijo Asenjo que también puede haber penitencias de nuestra hora, y citó textualmente renunciar a las nuevas tecnologías que cada día nos tienen más prisioneros de sus prodigios. Dijo que igual que privarse de comer carne los viernes, ¿por qué no prescindir del teléfono móvil, o del Internet? Para muchos auténticos adictos y enganchados, de los que responden al instante si tienen una llamada perdida que no han podido atender: ¿habrá mayor penitencia que dejar apagado por un día, por un solo día, el teléfono inteligente que, menos café, hace de todo? Igual digo del Internet: ¿qué mayor penitencia para un chaval que dejar de estar enganchado al Internet unas horas? Y de las redes sociales, ni hablo. Gran y sabia penitencia colectiva sería que en señal de duelo por la Pasión de Cristo se dejaran de decir tonterías, cuando no ofensas y calumnias, por las redes sociales durante la Semana Santa.

Llegado a este punto de su exposición de las nuevas penitencias para los nuevos tiempos, vino un motivo de su devota predicación en que mi arzobispo me dejó completamente perplejo. Como el título de aquella obra teatral de Jaime Salom, dijo que sería una deseable penitencia estar "Un día sin televisión". Depende, mi querido señor arzobispo, depende... Hombre, estar un día sin ver los informativos 24 horas de TVE puede ser una penitencia. Pero, por el contrario, estar un día sin tener que sufrir las manipulaciones envilecidas de La Sexta o de Cuatro, eso no es una penitencia, señor arzobispo: ¡eso es una bendición de Dios! Penitencia, penitencia, lo que se dice penitencia, tener que aguantar esas degradantes deformaciones de la realidad en ambas cadenas. Tanto es así, que si yo fuera confesor, las ponía de penitencia: "Tu pecado es tan grave, hijo, que te impongo como penitencia no perderte durante un mes una sola propagandística intervención de los de Podemos en La Sexta o en Cuatro".

 

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