ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla. 19 de junio de 2017
                               
 

La tiza que perdimos

Hay un verso de Antonio Machado que parece de Rafael Montesinos, de sevillano que es, y que podemos adoptar como lema cuantos escribimos sobre nuestra ciudad: "Se canta lo que se pierde". Ese es el solemne canto diario de Vísperas y Completas en esta Sevilla que da el cante en tantas cosas que creíamos tradicionales y nuestras, consustanciales, amadas, y que se abandonan a las primeras de cambio y si te vi no me acuerdo. ¿Cuánto pierde cada día esta Sevilla que se va pareciendo progresivamente menos a sí misma y más a Amsterdam con Giralda, y lo digo por las bicicletas? En la calle Manuel Vázquez Sagastizábal, a la espalda de la Estación de Autobuses del Prado, está la Oficina de Objetos Perdidos del Ayuntamiento.

-- ¿Allí es donde muchos concejales van a buscar la vergüenza que han perdido, por si se la ha encontrado alguien?

Menos guasa, amigo, que esto es muy serio: que estamos hablando de Sevilla, divagando por la Ciudad de la Gracia y los Graciosos Profesionales. En El Prado está la municipal Oficina de Objetos Perdidos. ¿Pero dónde la Oficina Sentimental de Objetos Perdidos de Sevilla? Toda la obra periodística y parte de la poética de Romero Murube es una Oficina de Objetos Perdidos. "Objetos perdidos" hasta puede ser el título de un libro de versos de Lutgardo García: te lo brindo, poeta. Y ahora, entre esos objetos perdidos y nunca más hallados, pronto habremos de poner la tiza de los bares y tabernas, la que escribía, acuosa muchas veces, la cuenta sobre la madera del mostrador. La que cuando pedías la dolorosa y ponías el billete para pagar, el camarero borraba con la mano. Sevilla ahora parece que le está echando borrón y cuenta nueva a esa costumbre tan nuestra de apuntar con tiza sobre el mostrador el importe de las consumiciones en bares y tabernas. Ya no hay tiza casi en los colegios, sustituida por los ordenadores y las tabletas; pero es que la informática está jubilándola también en los mostradores de los bares clásicos.

Como uno es un sentimental, me llevé la otra noche un sofoconcete cuando fui de visita "ad limina" al primer templo del Valdepeñas de la Cristiandad, a Casa Morales, el mejor cahíz de "poetas" y de negros con agua entre la calle de la Mar y la de la Mosca. Porque cuál no fue mi sorpresa cuando el camarero, en vez de apuntar con tiza la cuenta de la consumición sobre el centenario y venerable mostrador que tantas ilustres, fervorosas y antiguas tajás como un piano contempló, me entregó... ¡un tique de ordenador! ¿Un ordenador en Casa Morales para la cuenta? ¡Niño, vete a buscar la tiza de Casa Morales a la Oficina Sentimental de Objetos Perdidos de Sevilla!

Pero héte aquí que, en justa compensación, en oliendo por la calle Velázquez el olor a adobo que te invita a entrar, recalé de anochecida en Blanco Cerrillo de la calle José de Velilla. Y allí, oh maravilla, siguen apuntándote con tiza sobre el mostrador el importe de la consumición. ¡Óle por el adobo y óle por la tiza! ¿Se imaginan que te dijeran con un tique de ordenador cuánto son las dos de adobo y las cervecitas, que a la conchita de "artamuces" invita la casa? La tiza del mostrador del adobo de Blanco Cerrillo debe ser declarada oficialmente Bien de Interés Cultural sevillano, porque es de las poquitas que nos van quedando. Leo en la revista "Gurmé" de ABC que a finales del año 2016 quedaban como templos de la tiza del mostrador El Rinconcillo, Blanco Cerrillo, el Bar Jota, Las Columnas, la Bodega Mateos, Casa Palacios, Casa Morales, Benito (de Almirante Topete) y Sancho Panza (de Sebastián Elcano). En la lista estaba Morales y, ya ven, ha sido una dolorosa pérdida, por la que pongo esta esquela del modelo 5. ¿Ha habido más pérdidas entre estos templos del buen beber y del mejor apuntar la cuenta con tiza? Como que yo no sé, si desaparece la tiza, para qué puñetas les van a servir las orejas a los dependientes de las barras de los bares, los viejos montañeses que con Villalón echaban vino porque lo pagaba Luis de Vargas. Donde esté una buena tiza en la oreja del dependiente, que se quite el Sillicon Valley de los tiques de ordenador.

 

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