ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 8 de diciembre de 2017
                               
 

Hoy siempre es Murillo

No hace falta que celebren su año. No hace falta que la novelería sevillana vaya al Museo a ver unos cuadros que siempre han estado allí donde iba a diario Juan Miguel a copiar sus maravillas de una Virgen con la carita de Triniá, la de la Puerta Real. No hace falta que traigan de otros museos o del extranjero, con lo lejos que está y lo poco sevillano que es el extranjero, sus cuadros de La Caridad o de los Capuchinos rapiñadas por los mangazos que pegaron los fanfarrones rateros del Mariscal Soult. No hace falta que se editen lujosos catálogos ni biografías. Hablo de Murillo. Del que, con lo gran pintor que era, que más sevillano no se despacha, tiene dedicada en su tierra, en La Magdalena, la calle más chunga del nomenclátor. Hablo del Murillo que, en desagravio, tiene también dedicados unos Jardines a los que los sevillanos veneramos tanto que hasta le ponemos su nombre al aledaño Paseo de Catalina de Ribera. Hablo de ese Murillo que estuvo en todas las estampas de primera comunión de todos los niños de los Maristas, de los Jesuitas, de los Esculapios; de todas las niñas de las Esclavas, de las Carmelitas, de las Irlandesas, del Valle; aquellos recuerdos, "hoy es el día más feliz de mi vida", que imprimían con tinta dorada en las minervas de El Rosario de Oro, de Pascual Lázaro, de Oliam.

Hablo del Murillo de "A la Pintura" de Rafael Alberti, libro cuyas hojas tomo como si fueran las del almanaque del alma de Sevilla, en el que hay días grandes que no vienen señalados en rojo, sino en el color que define el marinero en tierra del Puerto: "Hay un azul Murillo Inmaculada, precursor del brillante de los cromos". Hablo de este Murillo azul Inmaculada, de este Murillo azul bandera en la Giralda, de este Murillo azul seise llamando con sus coplas concepcionistas a los ruiseñores. De este Murillo hecho mármol en el monumento a la Inmaculada de la Plaza del Triunfo. A ese mármol de la Inmaculada de Murillo en rotundo bulto redondo de devoción popular le pone su color azul el cielo de Sevilla. Hoy, 8 de diciembre, sea el año que sea, sea el de Murillo o el de Cernuda, sea el de Manuel Machado o el de García Ramos, el cielo de Sevilla se pone azul Murillo en homenaje a la Purísima.

El cielo de Murillo. Había que quedarse aquí para ponerle a la Purísima el color del cielo de Sevilla, como hizo Don Bartolomé, que tenía nombre de Judería auténtica y no mancillada de Sevilla. Velázquez se lo perdió, compare. Velázquez se fue a Madrid, mientras que Murillo, que no se le había perdido absolutamente nada en Madrid y que lo que le faltaba lo encontró en Cádiz, que era la mar y la espuma de sus aguajes, se quedó aquí. ¿Los cielos que perdimos? Sí, don Joaquín Romero Murube: váyase usted al Patio de la Montería, "donde el casco es más sonoro" de los caballos de la Historia, y mire usted ese cielo que desde allí se recorta en una Giralda con bandera concepcionista. Mire usted este cielo, don Joaquín Romero Murube, y dígame si no es el que se perdió Velázquez por irse a Madrid, donde pintó celajes castellanos, no nuestros. Y dígame, señor Romero, que tiene usted apellido de torero del ánfora romana de nuestras esencias, si no es el que Murillo nos ganó para todos, como San Fernando a los moros conquistó esta Sevilla de ese azul, de este cielo, de esa desnuda espada de un primitivo nazareno profesando el voto concepcionista. Porque los Papas de Roma tienen tan poco paladar que hasta 1854 no se enterarán de lo que toda Sevilla, todo el mundo en general, a voces, Reina Escogida, proclama: que hoy es el día en que Sevilla celebra cada año, con la Inmaculada, a su pintor. Fiesta mayor de copla de seises y de pino grande de primera clase en el campanerío de su torre mayor, que el almanaque del alma de la ciudad señala en azul. En azul Murillo, con una Luna grande que se postra a los pies de la Pura y Limpia, después que por de Castilleja de la Cuesta se haya puesto el sol para hacer relucir con sus últimos rayos los chorreones de Pureza de la Inmaculada de la Calle Real.

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