ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de mayo de 2018
                               
 

Elogio de la Gomina

La venderán en las perfumerías de Madrid, y la habrá en las peluquerías de Valencia, y seguro que hasta en la más modesta barbería de pueblo. Pero en ningún sitio de España, y hasta me atrevería a decir de todo el orbe católico, alcanza la gomina la gloria que en Sevilla. La gomina es seña de identidad de un tipo de sevillano. Aparte de béticos y sevillistas, los sevillanos nos dividimos en dos grandes grupos:

1. Los que no usamos gomina.

2. Los que se ponen de gomina hasta el cogote.

Sin la gomina no podría acuñarse la expresión "sevillano de gomina", que la dices y estás viendo al tío pijo: con las llaves de su coche de alta gama o 4 por 4 en la mano; con su chaqueta de Scalpers con el botón bien apretado, las dos tallas menos de moda; con sus zapatos brillantísimos; con la raya del pantalón más marcada que los goles de Messi; en el bar de moda, copa de balón en mano con el gin-tonic migado; alardeando de saber de toros cuando lo convidan a una barrera; con su corbata roja cuando lo invitan al palco del Sevilla o verde si pegó el mangazo en el Villamarín; con su camisa Polo si es verano; con su chaquetón "capitoné" y plumífero, a ser posible sin mangas, si invierno; como si siempre acabara de desembarcar en Puerto Banús si es verano; como si siempre fuese camino de una montería si es invierno.

¿Y en la Feria? La Feria es el paraíso del "sevillano de gomina". Es especialista en ponerse a la puerta de la caseta, por dentro de la baradndilla, catavino en mano (nada de vasito de plástico de rebujito), para que lo vean, con su chaqueta color garbanzo clásica de Galán, sabiendo más que nadie de enganches y de caballos al comentar los que pasan. Y si lo sacan a bailar, el gominoso no baila sevillanas: las torea. Se cree que bailar sevillanas es torear a la señora que lo ha sacado cuando el conjunto ha empezado a dar el cantado parte meteorológico del solano de las marismas y de los chaparrones de mayo.

Si por Feria el "sevillano de gomina" es mayormente espectador, en Semana Santa es protagonista, aunque desciende de nivel social: no es exclusivamente del sector de los pijos tiesos pintamonas. Si la cera es importante en la Semana Santa, ni les cuento la gomina. Ustedes mismos van a comprobar su importancia: ¿qué sería del muñidor de La Mortaja si no existiera la gomina? ¿Qué de los pajes de la Hermandad del Silencio, llevando recados entre las filas de los primitivos nazarenos, si no existiera la gomina? ¿Qué sería de los que llevan los ciriales si no existiera la gomina? ¿Qué de los de librea que escoltan a las cruces de guía en las cofradías serías? Capataz hay que se pone gomina, pero no es la norma. Un buen capataz debe ir ronco, con el cuello de la camisa medio desabrochado, la corbata negra ladeada y el pelo alborotado de tanto echar a la cuadrilla pregones de urgencia, cursilísimos muchas veces, lacrimógenos otras, cada vez que ordena una levantá. El que sí debe ir bien atusado de gomina es el hermano que hace la estación sin túnica, vestido con un terno negro y una galleta de identificación en la solapa, junto al paso, para echar una mano en lo que haga falta si se produce una incidencia.

Por todas estas razones, elogio la sevillanidad de la gomina. La gomina de los pijos es una seña de identidad de Sevilla como los naranjos en flor por primavera. ¿Cómo no va a ir repegado de gomina el niño sevillanito que este domingo hace su primera comunión? ¡Pues claro que va! Si no, su madre cree que va despeinado. La mayoría entiende que un peinado masculino sin gomina ni es peinado ni es nada. La gomina es como nuestra prenda de cabeza típica. Antes se llevaban el sombrero de ala ancha, o la mascota, o el jipijapa (que vuelve por los veranos); ahora, en el sinsombrerismo actual, manda la cabeza bien atusada de gomina. Igual que los capataces de palio dicen "¡que no se mueva un varal!", los pijos sevillanos de gomina exclaman: "¡Que no se me mueva un pelo!". Óle tú, miarma.

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