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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  11 de junio de 2019
                               
 

Petaladas

Como están todos en el camino de vuelta, siento no tener a mano y a golpe de teléfono a un rociero de las viejas glorias, de los de una medalla muy vieja con un cordón renegrido, para preguntárselo. Porque no se si será que otros años no me había fijado o si es una nueva costumbre rociera. Al Rocío han llegado las petaladas. No sólo al paso de la Blanca Paloma, el que a los que no entendemos de estas cosas nos pone el alma en un puño, cuando se inclina y no sabemos si los almonteños lo tiran o no lo tiran al suelo. Que nunca lo tiran. En las calles estrechas del, digamos, casco antiguo de la aldea, yo he visto en las filmaciones y retransmisiones caer desde las azoteíllas y desde las espadañas de las casas de hermandad la lluvia de pétalos de flores en honor de la Blanca Paloma. Como también las he visto sobre las carretas del Simpecado de las filiales camino de la presentación ante la Virgen.

Hoy, como verán, no hago más que lanzar botellas de náufrago con mensajes de dudas y desconocimientos, a ver si algún alma caritativa responde a mis preguntas el domingo, en la sección "ABC y sus lectores", que un cursi diría que es "interactiva". Lanzo otra botella de náufrago para preguntarme si esta devotísima y popular costumbre de la petalada en honor de la Virgen es algo que llegó a Sevilla desde los pueblos, o si en los pueblos copiaron a Sevilla. ¿Hay petaladas en Cantillana "cuando la Asunción gloriosa sube al barandal del cielo", como cantaba su devoto Juanito Valderrama? ¿Hay petaladas en Utrera a la Virgen de Consolación, "la del barquito en la mano" que cantaba Enrique Montoya?

Y sigo con las preguntas, ahora de Sevilla: ¿hay petaladas en las procesiones de gloria o es algo que ha tenido tan recientemente tanto éxito en Semana Santa, con los pasos de Virgen? Bendita lluvia de pétalos, desde luego, fuera de donde fuere su origen, en este tiempo de descreencias y laicismo. Pero en la Semana Santa observo que cada vez se prodigan más las petaladas. Por decirlo en los términos del artículo del otro día, hay cofradía de barrio a la que no le cabe una petalada más. Sí, porque las petaladas me parece que eran propias de echarlas en los barrios, a la Virgen de la devoción de los vecinos. Y eran contadas. Incluso los más informados sabían qué devoto de esa Virgen, en qué calle y en qué casa, le tenía preparada una petalada que era emocionante ver aquella lluvia de flores mientras sonaba una marcha y avanzaba el palio sobre los pies. Ahora hay petaladas por doquier. En esta moda que yo creía que era sólo de hermandades de penitencia, pero que veo que ha llegado a las de gloria y hasta al Rocío, a la Blanca Paloma, hay petaladas a paletadas. ¡Anda que no somos nadie cuando se impone una moda!

Y la palabra, "petalada", ¿quién la inventó? Más precisa no puede ser. Son los pétalos de las flores que se arrancan: la vistosa y colorista corola del verde cáliz. Lo más bonito de las petaladas son las vísperas de devoción de quienes veneran a una Virgen, preparándolas, arrancando pétalos de sus cálices y echándolos en una caja de cartón, pensando en lo bonita que se va a poner la calle cuando llegue el paso y ellos, desde la azotea, los tiren. Y observo que la petalada, que antes era propia de los barrios, ha llegado ya a la carrera oficial. Es como el repostero de damasco rojo del centro y el mantón de Manila de los barrios para colgar los balcones. En la entrada en la calle Sierpes les pegan a los palios de los Vírgenes unas petaladas que ya quisieran muchos barrios. Y con tanta devoción hacen algunas petaladas, que escuche por la radio este año que a la entrada en Sierpes le habían pegado una petalada importante a un palio. Tan importante que ¡tiraban las flores enteras, con tallo y todo! Y como en el cante: "Al que le dé, que perdone". Porque más de una le pegó un porrazo importante en toda la cabeza al ayudante del capataz. Textualmente "Flores a Ella", como cantaban los Hermanos Reyes.

 

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