ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  19 de noviembre de 2019
                               
 

Defensa del naranjo

Como decía la letra de aquel pasodoble torero a Manuel Benítez "El Cordobés", "no puede ser,/no puede ser". No puede ser que el Ayuntamiento, en su política de parques, jardines y flora callejera, la haya emprendido contra los naranjos, y haya poco menos que impuesto, como aseguran, pero no me lo creo, un "numerus clausus" para estos árboles que, con sus olorosas flores, son heraldo de la primavera en Sevilla y muy especialmente mensajeros de la Semana Santa, del más que gozoso "esto ya está aquí". Esto de que el Ayuntamiento la ha tomado ahora contra los naranjos es seguramente una noticia falsa, un bulo, una trola, un embuste, una mentira gorda. Lo que en el lenguaje de las nuevas tecnologías de comunicación se dice "fake". O sea, que no. Que no puede ni debe ser.

No puede limitarse el número de naranjos de Sevilla porque es como poner fronteras a la belleza, a la poesía, a los sentimientos, al disfrute de nuestras maravillas, que por tenerlas tan cerca no las valoramos y ante las que los turistas se extasían. Yo diría que el sevillano tiene el que llamaría "síndrome del conserje del Museo del Prado". El conserje del Prado, harto de verlo, no le da la menor importancia cuando pasa ante las velazqueñas Meninas. Lo mismo le ocurre al sevillano, que harto de salir hacia la plaza del Triunfo desde la calle San Gregorio, por ejemplo, no le da la menor importancia a la bofetada de belleza que de golpe se recibe al contemplar en un solo golpe de vista la muralla del Alcázar, el Triunfo del Terremoto de 1755, el Archivo de Indias, la Catedral y la Giralda, mientras se oye a lo mejor la solitaria campanita de la espadaña del convento de La Encarnación, que popularmente llaman Santa Marta. Nosotros hacemos este camino sin mirar a la Giralda siquiera, ya digo, como el conserje del Prado, mientras que para quien lo contempla por vez primera no cree que sea verdad tanta belleza reunida en tan poco espacio. Y con los naranjos, lo mismo, aunque digan que son el 25 por ciento de los árboles de Sevilla. ¿Y qué? Es incomprensible que el Ayuntamiento quiera hacer un descaste o entresacado de naranjos en las calles de Sevilla, y arrancarlos. Nosotros estamos ya acostumbrados, y no le damos importancia a la fragancia con que la vieja dama que es Sevilla se perfuma cada primavera cuando abren sus flores los naranjos callejeros. Que son como un almanaque de los días grandes de nuestras alegrías, cuando alguien, temprano por marzo, te dice:

-- Anoche vi el primer azahar en el Barrio León.

El primer azahar es como el primer nazareno que vemos en Semana Santa. (El mío suele ser en las vísperas, de la Cofradía de La Corona de la parroquia del Sagrario, la de la impresionante entrada por un Patio de los Naranjos desierto, habitado solamente por el silencio). ¡Cuánta Sevilla en ese primer azahar! ¿Y quiere el Ayuntamiento privarnos de este oloroso disfrute sevillanísimo? Nunca puede haber muchos naranjos cuando abren sus flores. ¿Por qué la han tomado con los naranjos, en vez de preocuparse de que todos los árboles callejeros sean regados diariamente en vez de dejarlos secar en sus sucios y duros alcorques? ¿Qué quieren poner? ¿Como una cartilla de racionamiento del azahar, de la gloria de los naranjos en flor?

Tan simbólico de la dual Sevilla es el naranjo, que hasta le tiene dedicados dos patios, dos, por falta de uno: el Patio de los Naranjos de la Catedral y el del Salvador, donde siempre me acuerdo de su trovador, del poeta Rafael González-Serna. ¿También van a poner "numerus clausus" para los naranjos de estos dos patios monumentales? Sería como ponérselo a la memoria del limonero de Machado en la Casa de las Dueñas. Y no se lo digan a nadie, pero no quiero ni pensar que esta tirria que de pronto le ha cogido el Ayuntamiento a los naranjos sea porque su fruto es el color distintivo del partido Ciudadanos, como su flor es el fragante emblema de la primavera en Sevilla.

 

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