ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 24 de diciembre de 2019
                               
 

Vieja Nochebuena (Manual de Autoayuda)

Póngase una tristeza antigua, color de lienzo moreno de Hytasa, con un portarretratos y la foto de alguien querido que ya no está, y que todas las Nochebuenas llegaba a casa para la cena familiar tal día como ahora, con el regalo que desde aquel día de tanatorio ya nadie podrá reemplazar, y que seguimos echando en falta: los pestiños, tan clásicos, tan nuestros, que compraba en La Ponderosa de la Gran Plaza.

Póngase, junto a esa tristeza antigua, la alegría nueva de los niños, sus gritos, sus correteos, sus estropicios de cacharros rotos, su inmensa fortuna de los juguetes de doble ancho de tradición, los que vienen ahora en el trineo de Papá Noel y los que llegarán luego en la carroza del Rey Negro.

Póngase una copla antigua de campanilleros en la memoria: una bandera blanca y colorá en el Arco de la Macarena; balcones que se alquilan en el cielo para un casamiento que se va a hacer; a San Cristóbal por medio del mar con el Niño Jesús en los hombros, diciendo, Dios mío, ya no puedo más.

Póngase una botella de aguardiente, mejor de Machaco, y el mango de una cuchara para hacer el compás rascando sobre las estrías de su vidrio, y el pellejo de una pandereta, y la lata de sus sonajas, y el esparto costelero de una alpargata que rachea su ritmo sobre el leve brocal del pozo de la boca de un cántaro.

Póngase una canción nueva de Navidad, de Rosalía mismo, si la hubiere; cuanto menos la conozca el abuelo, mejor: "Abuelo, qué antiguo eres".

Póngase, sobre la memoria de los campanilleros, sobre el MP3 de las canciones navideñas, la dipsomanía de unos peces que deben de ser del botellón de Los Remedios, porque hay que ver cómo beben y beben y vuelven a beber estos peces en el río, que deben de tener el hígado exactamente igual que se lo está poniendo toda una generación de sevillanos que compran los lotes en las tiendas de los desavíos.

Póngase un olor lírico y medieval a especias en La Venera, y, allí, escaparates de corcho y espumillón, de pastores de plástico y de estrellas de purpurina, la verdadera calle Oriente, Oriente mismo, a dos pasos de La Campana.

Póngase, para que nunca nos olvidemos que estamos en Sevilla, una mesa de campimplaya en la Punta del Diamante , y tras esa mesa, como el tío que vende higos chumbos por el verano, la mercancía de siempre de este señor, ahora decembrina, del olor a gloria in excelsis Deo: el incienso que pone la acera como el verdadero anuncio del gozo, que parece que por la Avenida va a aparecer de un momento a otro la cruz de guía de La Paz, que ésa sí que es la verdadera Estrella de Oriente que al sevillano le dice dónde está Dios, la Cruz de Guía. Vamos a dejarnos de cuentos de la Nochebuena, que el Niño de verdad nace cuando ha cambiado la mula y el buey por una burra, para hacer sobre ella la triunfal entrada en la Jerusalén de Sevilla, bajando la rampla del Salvador.

Póngase, para equidistancia, como coartada de universalismo, una iluminación navideña, pero con mucho malaje, como de por ahí, vengan trineos, y vengan renos, que más que la Nochebuena parezca el alumbrado de una feria de pueblo, y le haga decir a la gente: ¿pero qué es esto, Dios mío de mi alma? Y para compensar, pónganse ángeles trompeteros con luces y sonido en la Plaza de San Francisco, aunque al alcalde se le mosqueen sus queridos podemitas que le sacan los presupuestos adelante.

Póngase el recuerdo del primer cartero real que se retrataba con los niños en la calle Cuna, contratado por aquella maravillosa tienda de nuestros juguetes a la que nuestras hermanas llamaban La Clínica de las Muñecas y nosotros El Bazar de los Reyes Magos.

Póngase el nacimiento de un convento, de una asociación de vecinos, de un bar, de un hospital, de un colegio, de donde quiera que estén dos sevillanos reunidos en nombre del Niño Dios que va a nacer y que cuando tenga 33 años nos mostrará su Gran Poder en San Lorenzo.

Póngase una miraíta al almanaque del Año Nuevo, para poder comprobar el verdadero anuncio del ángel a Sevilla: «Ea, pues ahora sí que ya no falta casi nada para el Domingo de Ramos».

 

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