ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de mayo  de 2020
                               
 

¡Viva la provincia!

Cuando nos creíamos que la provincia como división territorial administrativa había pasado a la Historia, absorbida por las comunidades del Estado de las Autonomías, vienen las normas las fases que nos han de llevar a la anormal "nueva normalidad" y las resucitan. Por mí, encantado. La provincia para mí es como algo de la familia, pues la creó tío Javier: tío Javier de Burgos, allá en 1833, y tengo a gala ser provinciano. No se me ha perdido nada en Madrid. Cuando los que escriben en los periódicos se dicen "columnistas" o "analistas políticos", a mí no hay nada que me guste más que proclamarme "articulista de provincias". Que es de lo que ya no quedan: ni articulistas, que todos son columnistas; ni provincias, que todas son divisiones de las comunidades autonomías. Les pasa como al Senado: que nadie sabe para qué sirven. Pero dan un avío tremendo para instalar cesantes de los partidos o hacerles un contratito a los paniaguados que han perdido las elecciones municipales y, al no tener profesión ni oficio conocidos, en algún sitio hay que colocarlos. ¿Dónde mejor que en la Diputación Provincial?

Dicen que las diputaciones son "el ayuntamiento de los ayuntamientos". A algunos, pequeños, les sirven para mancomunar servicios de limpieza, gestionar el cobro de impuestos municipales o mantener los bomberos. Esta es la utilidad política de la provincia. En las que hay presidentes apalancados en el cargo desde tiempos de Rege Carolo, sin que se sepa muy bien para qué sirven, aparte de para cobrar un buen sueldo. Tanto es así, que hay autonomías que llevan desde la Transición pidiendo que desaparezcan las diputaciones y, con ellas, las provincias. Cataluña mismo, le da más importancia a la comarca como unidad territorial administrativa que a la provincia. Parece que eso de la provincia es un insulto. Y nada digo si hablamos, como a servidor le encanta, de "las provincias vascongadas" cuando se cita a la comunidad autónoma vasca, vulgo Euskadi.

La provincia, además, tiene un encanto literario y estético que no lo cambio por ninguna autonomía. ¿Habrá algo más delicioso que el ambiente provinciano de una pequeña capital? Dicen lo de "provinciano" como un insulto; para mí es un elogio. Por ejemplo, me subyuga el ambiente provinciano, delicioso, de Oviedo, con sus viejas tiendas no tocadas por la globalización de las franquicias, sus comercios de toda la vida, sus confiterías, sus señoras arregladísimas para dar un paseo y merendar con las amigas.

Sé que nada de esto han tenido en cuenta al programar ese disparate en forma de absurdo o ese absurdo en forma de disparate de las fases para sacarnos del confinamiento y para la "desescalada". No se han percatado de que no se sabe qué es peor: si encerrarnos en casa sin que podamos salir o si recluirnos en nuestra provincia sin que podamos coger el coche para ir a la limítrofe. Ayer, en el estreno de la relativa libertad del virtual Estado de Excepción que supone el de Alarma, los ciclistas de fondo y forofos de maratones debían tener mucho cuidado. Si se descuidaban corriendo, con el ardor de la libertad estrenada, se salían de la provincia. ¿Y los novios? Por poner un ejemplo de mi provincia: un chaval de Guadalcanal no pude coger el coche para ir a ver a su novia en la limítrofe Fuente del Arco, porque está en otra provincia y, encima, en otra autonomía. Tendrán que verse en el límite de la Cruz del Puerto. Con este Madrid del Tío de la Rebequita y de Illa, el de las mascarillas, se han olvidado del distrito sanitario y todo ha vuelto a ser el remolino machadiano del "rompeolas de las cuarenta y nueva provincias españolas". Eso es lo que hay que hacer. Suprimir el despilfarro de las autonomías y volver a las castizas provincias decimonónicas. Al encanto provinciano de las pequeñas capitales. Que conste que lo digo como articulista de provincias. Y a mucha honra.

 

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