ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  7 de julio  de 2020
                               
 

Septiembre, esperanza

Igual que ayer hicimos la glosa del madrugón del dominguero, podíamos hoy escribir la del estudiante que se levanta, todo nervioso, antes que el sol salga para presentarse al EBAU o EVAU, que de las dos formas he visto escrito lo que toda la vida de Dios se llamó Selectividad. Pero, ya se sabe, como la excelencia, y el esfuerzo, y el pegar los codos, y el privarse de los ferstolines para estudiar son ya completamente fascistas, los exámenes, sean para acceso a la Universidad o para pasar de un curso a otro en la enseñanza secundaria, son un muy democrático coladero. El catedrático que suspende, ya se sabe también: es un facha. Lo democrático es pasar de curso por la cara, aunque el que acaba de finalizar haya sido excepcionalmente tirado desde la declaración del Estado de Alarma y el cierre de los centros de enseñanza, y la implantación de las clases a distancia, todo lo contrario de la "presencial". Que es una de las muchas palabras que nos ha dejado esta nueva peste a la que sólo le ha faltado el voto de Sevilla al Cristo de San Agustín para que nos libre de ella.

Antes de que los exámenes, o lo que sea, de junio, las evaluaciones que se dice ahora, fueran el coladero que describo en la generación peor preparada académicamente de los últimos tiempos, la esperanza era septiembre. Aprobar en la convocatoria de septiembre y librarse así del suspenso de junio. Los exámenes de septiembre eran como una absolución a los pecados de junio. Pero ya tampoco nada de esto se lleva: ni el pecado, ni la absolución, ni la distinción entre el bien y el mal o la verdad y la mentira. -

Las cosas han cambiado tanto que ahora septiembre es la gran esperanza, sí, pero no académica y de aprobado, sino para todos los negocios que cerraron cuando el Estado de Alarma y hasta ahora no han vuelto a abrir. Pasas por un local conocido y clásico, ¿qué digo yo?, un restaurante, un hotel, una tienda de moda, y preguntas:

--¿Esto también ha cerrado ya para siempre?

O sea, como la sastrerìa de toreros de Pedro Algaba o el restaurante La Isla. Pero te responden afortunadamente que no, que no han cerrado. Y te dan la clave de la esperanza y de la confianza en que todo el mundo espera que la crisis económica se va a arreglar en septiembre, tras el verano:

-- No, es que no abren hasta septiembre.

"Cuando llegue septiembre/todo será maravilloso", decía la vieja canción de los años 60 que popularizó una fugaz artista granadina que se llamaba Gelu. Y eso es que lo esperanzadamente creemos todos: que se recuperarán cuando llegue septiembre esos hoteles que han tenido el valor de abrir incluso a pérdidas y no han estado muchos ni al 20 por ciento de ocupación; o esos restaurantes que tienen pensado aguantar el malísimo mes de agosto, pensando en que pasado el verano todo volverá a ser como siempre; y esos negocios clásicos del centro, con todo su viejo personal en el ERTE hasta el 30 de septiembre, y que pasamos ante ellos y nos da una enorme tristeza verlos con sus persianas metálicas echadas, como para que se nos caigan dos lágrimas por la ciudad que fue y que sabe Dios si volverá a ser.

Sí, volverá a ser, piensan muy convencidamente los esperanzados en septiembre y recemos para que así sea. Ojalá se salgan con la suya y ojalá las cifras de la crisis bajen y suban las que tienen que subir: las de la reactivación. Ojalá veamos otra vez al aeropuerto de San Pablo a plena actividad, y al Ave como siempre, lleno, y la flota de taxis de Sevilla funcionando al completo, y los aparcamientos subterráneos del centro con el letrero rojo de "Completo", por referirnos sólo a los medios de transporte como indicadores de la recuperación. Ojalá sea todo así cuando llegue septiembre. Y como decían en la Legión y repetía tanto mi querido y recordado Manuel Ferrand: "¡Y que se mueran los feos!". (Porque, hasta ahora la economía no ha respondido con la alegría que pensábamos que se iba a reactivar en cuanto se acabara la desescalada y se abrieran las fronteras, quizá por culpa de los malditos brotes y rebrotes.)

 

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