ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de septiembre  de 2020
                               
 

El Bar Giralda

No falla. En casi todos los bares de Sevilla, que heroicamente está resistiendo la estocada hasta la bola de la crisis económica, preguntas que dónde está el cuarto de baño, lo que la gente llama "el servicio", como el militar obligatorio que suprimieron, y siempre te dicen lo mismo:

--Al fondo, segunda puerta a la derecha.

Es una pena que en el Bar Giralda no dijeran nunca lo que podían como nadie. Tirarse el rentoy de decir como en ningún otro de Sevilla. Allí en el Bar Giralda podían decir a los miccionantes que preguntaban:

-- ¿Los baños? Al fondo a la derecha, siglo XII.

Cómo estará de cambiada y alterada la castigada calle Mateos Gago con su "plataforma única", que cuando la abran a la circulación, ni el Bar Giralda, actualmente en fase de reformas, será como siempre fue. Delicioso ambiente, bajo su cúpula árabe y sus columnas, con aquella vieja báscula de las que te daban el peso impreso en una cartulina con la foto de un artista de cine. Con sus mesas y veladores como de café antiguo, de los que ya no nos queda ninguno en Sevilla. Con su alto mostrador con los cristales que preservaban la higiene de las tapas frías, con su pizarra escrita naturalmente tiza anunciando las que salían de la cocina. Tenía el Bar Giralda algo de pequeño Florián sin Venecia, con el saloncito contiguo donde Marino Viguera y algunos escritores sevillanos de los años 60 celebraban cada sábado una tertulia literaria que me parece recordar que llamaban "Charlas de Café". Como un Café Gijón a la sevillana, pero una sola vez a la semana.

Está muy bien dicho lo de que "aparecen los baños árabes bajo el Bar Giralda". Todo el que medio sabía de la historia Sevilla conocía que el Bar Giralda, así llamado desde 1934, estaba en unos antiguos baños árabes, coetáneos del alminar almohade que le da nombre. Algunos lo supimos de ilustre cátedra, como servidor, a quien se lo mostró y enseñó, bajo aquel techo, el patriarca de las letras hispalenses, don Santiago Montoto de Sedas. Montoto, que tenía su mañanera tertulia diaria junto a un ventanal de la Punta del Diamante que daba a la parada de taxis de la calle Alemanes y donde en el invierno le ponían bajo la mesa una plancha de corcho para que no se le enfriaran los pies, en la vuelta diaria a su casa de la Borceguinería, junto al Mesón del Moro, a paso lento, maldiciendo de paso a los canónigos, hacía estación obligada en el Bar Giralda. A quien lo acompañaba, lo invitaba a una convidada que sonaba tan antigua como los baños árabes:

--Y ahora vamos a pararnos en el Bar Giralda para tomarnos una copita de vino de la hoja.

El "vino de la hoja" era un suave blanco nuevo, quizá un mosto aljarafeño, de aquella misma cosecha, ya que las "hojas" son las que cuentan los años de los vinos, como no tuvimos más remedio que buscar e investigar tras oír tantas veces a don Santiago lo de su convidada. Allí, junto a aquel vino de la hoja, supe por boca de Montoto lo que él había leído en Rodrigo Caro o en Gestoso, mientras nos descubría y describía la bóveda almohade bajo la que, en la vieja báscula, un muchacho acababa de recoger su peso al dorso de un retrato de Gary Cooper.

Lo novedoso, pues, es el hallazgo cierto, bajo el suelo de bar tan sevillano y clásico, de los restos que confirman cuanto los historiadores nos dijeron y muchos daban por más que sabido. ¿Qué harán con los baños? ¿Cómo quedará el Bar Giralda tras su reforma? ¿Perderá su casi centenario encanto, que mantenía desde que fue abierto en 1923 como Bar España, el nombre que tuvo luego estuvo el de la esquina de la calle San Fernando con los Jardines de Murillo, templo del café mañanero de muchos catedráticos y estudiantes de las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras, donde don Ángel Bozal acudía como un rito antes de darnos su clase de Geografía en los Comunes? El "hamman almohade", que al citarlo me ha recordado a mi querido y desaparecido arabista Rafael Valencia, anterior director de la Real Academia de Buenas Letras, estaba justamente donde nos lo situaron, de los libros al vino de la hoja y a la báscula de los cartoncitos de los artistas de cine, quienes nos enseñaron a conocer y a amar a Sevilla.

 

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