ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de noviembre  de 2020
                               
 

Comidas de empresa

Hubo un tiempo, qué tiempo tan feliz, cuando por estas fechas y hasta bien entrado diciembre siempre había en cada empresa una empleada que se encargaba de preparar la fraternal comida de Navidad de todos los que trabajaban en ella. Tarea no siempre fácil, encontrar dónde celebrar la comida de Navidad. La que le encantaba encargarse voluntariamente de estas cuestiones, y de encargar el menú, y de sacar un precio baratito, llamaba a muchos restaurantes y las más de las veces recibía la misma respuesta:

-- ¿Cuántos serán ustedes?

-- Veinticuatro o veinticinco.

-- Lo siento, al mediodía lo tenemos todo reservado hasta el mismo día de la Lotería.

Al final encontraba dónde poder celebrar la comida de Navidad. Y además la sacaba siempre por un precio bastante ajustado. Incluso algunas veces hasta con la barra libre final incluida. Al comunicarlo en el centro de trabajo, que ya había encontrado dónde celebrar la comida dichosa, hasta la aplaudían por su efectividad, porque estaba todo lleno y reservado, y era hallar una aguja en un pajar donde pudieran ir los veinticuatro sin que hubiera prisas por terminar, que duraban estos almuerzos a veces hasta las 7 o las 8 de la tarde.

Como ya no estamos, ay, en aquel tiempo tan feliz, que parece que hace siglos que ha pasado, este año no hay comidas de empresa. Y si las hay, son solamente de un máximo de cuatro personas por mesa. Que no es cuestión, lo interesante eran las chanzas y bromas de todos reunidos. Y con la espada de Damocles del obligado cierre a las 6 de la tarde encima del menú tan maravilloso que había preparado la que se encargaba de estas cosas, comida de la que todos salían encantados.

Y si bien lo sienten los partidarios y disfrutones de las comidas de empresa, que se lo pasaban en grande, es algo que agradecen sus objetores. Que haberlos, habíalos. Aquellos que le escuchabas decir desde una semana antes por lo menos:

-- Qué horror, la semana que viene tenemos la comida de Navidad de la empresa y no tengo ningunas ganas de ir, porque es una pesadez espantosa. Tener que aguantar a los mismos que todos los días en el trabajo, pero como en la fiesta de Blas, con unas cuantas copas de más, y diciendo tonterías, y gastando bromas pesadas, y largando habladurías que no me interesan absolutamente nada.

Todo, como ven, tiene su parte positiva. Los que se lo pasaban pipa con la comida de empresa tienen un hondo pesar, como en el bolero. Pero los que les parecía lo que en realidad eran a veces, un verdadero coñazo, están encantados de la vida de poder librarse de ella. Porque si no ibas, quedabas además como un malaje y un aguafiestas de Pascuas de Navidad. Ah, y al final, pero no lo último: los objetores de comidas de empresa se librarán de lo que era lo peor: esa obligada prolongación en un bar de copas, hasta las mismísimas tantas. En copa de balón, naturalmente.

 

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