ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 15 de mayo  de 2021
                               
 

Alvarito

Juan, José, Pepe Luis, Curro... Sin salir del planeta de los toros y meternos en los de las otras bellas artes, hay siempre en Andalucía personajes ilustres y respetados, conocidos, creadores, a los que se les reconoce y conoce por su solo nombre de pila. No es necesario el apellido para que los mentemos con respeto y admiración y reconozcamos la huella que dejan en su obra. Y otros nombres de pila piden a voces por delante el "don", sin el que se convierten en anécdota; como la que don Pablo Gutiérrez-Alviz y Conradi cuenta de su padre Don Faustino, al que aquella enfermera, en el tuteo de los hospitales y centros de salud, que quiere ser cariñoso pero que muchísimas veces suena a irrespetuoso. Tenían que hacerle unas pruebas médicas al profesor don Faustino Gutiérrez-Alviz y Armario, y la enfermera, a aquel ilustre catedrático al que nadie le apeaba nunca el tratamiento, le dijo, tuteándolo:

-- Faustino, cariño, quítate la corbata.

Hoy quiero dedicar como homenaje en sus 80 años este artículo a don Álvaro Domecq Romero, a quien finalmente la Real Escuela de Arte Ecuestre de Jerez, que fundó, le ha reconocido su mérito de cara a la Historia del caballo y le ha puesto su nombre al picadero. Y me sale algo que no tiene nada que ver con todo lo que llevo dicho sobre estos andaluces ilustres cuyo apellido no es necesario nombrar. No suena, en los 80 años que ha cumplido, llamarle "Álvaro" a secas. Pero si digo "Don Álvaro", todos creen que no me refiero a él, sino a su genial, caballerosísimo y jerezanísimo señor padre: el que renovó el arte del rejoneo, el que sacó el prestigio y la bravura de sus toros de "Torrestrella", el que fue alcalde de Jerez y presidente de su Diputación. Dices "Don Álvaro" y no es otro que aquel caballero andaluz. Padre de este otro jerezanísimo que entregó también su vida al caballo, a la bodega y al toro, de Álvaro Domecq Romero, a quien siempre se conoció, para distinguirlo de su ilustre progenitor, como "Alvarito". Es curiosísimo. Don Álvaro Domecq Romero, Caballo de Oro, a quien tanto le deben su ciudad, el mundo ecuestre, el arte del rejoneo y el toro bravo, ha cumplido felizmente 80 años y sigue siendo "Alvarito". Como aquel muchacho al que conocí en Portaceli, donde era alumno interno, en unas Fiestas Rectorales a las que llegó montando un caballo blanco que me ha recordado el "Valioso" a cuyos lomos, en su homenaje, ha representado con la Real Escuela que creó el espectáculo que, como un poeta hípico, creó en compañía de mi recordado Luis Ramos-Paúl, que escribía como los ángeles: "Cómo bailan los caballos andaluces".

Pero hay algo de Alvarito que no se subrayado como merece y quiero destacar: la entrega, respeto y veneración de Alvarito a su padre Don Álvaro. Los dos mejores sombreros de ala ancha, por cierto, que se vieron en la barrera de la plaza de Sevilla. Alvarito entregó su vida a continuar y acrecentar la obra de su padre en la bodega, la ganadería, el rejoneo, el caballo. Es marca de la casa: "Domecq obliga". Y a mí me obliga a alegrarme con este justo homenaje al espíritu jerezano de un Don Álvaro reencarnado y continuado en el Alvarito que creó la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre.

 

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