ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  6 de enero  de 2022
                               
 

Aquel rosco de Reyes

Hay a quien le gusta el turrón duro (para gozo de dentistas) o el blando; quien prefiere los polvorones a los mantecados; pero no he encontrado hasta ahora a ningún defensor acérrimo del rosco de Reyes. Es una de las tradiciones culinarias de las Pascuas de Navidad y Reyes que tiene menor arraigo, pero que se perpetúa como un rito, sin que despierte entusiasmo. Unos grandes almacenes (el Cortinglés, vamos) han tenido que ofrecer como regalo-sorpresa introducido en el rosco, en vez de las maritatas al uso, vales de dinero en metálico. Compramos el rosco de Reyes por tradición, como por estas fechas no falta en muchas casas una botella de anís que nadie bebe.

Como verán, no soy partidario del rosco de Reyes. Y creo que muchos tampoco lo son, aunque no se atrevan a decirlo. Rosco, no roscón, como se ha dicho siempre en Sevilla. Rosco, según recordaba Carlos Colón el otro día. Por muy golosos que seamos, donde esté una buena palmera de huevo o una buena magdalena de chocolate, que se quite el rosco de Reyes. Que hay que tomar por obligación. Cómo será la cosa, que yo creo que inventaron lo de ponerle dentro un regalo-sorpresa para que la gente tragara con un pastel que a nadie disloca.

Entre los grandes inventores, junto al del aire acondicionado o el termo del agua caliente de la ducha, habrá que poner al que rellenó de nata el rosco de Reyes. Invento reciente, que ojalá hubieran hallado antes. Porque recuerdo con verdadero pavor el tormento del rosco de Reyes de la infancia. Mi padre compraba barato en un obrador del barrio del Arenal el rosco de Reyes, que estaba allí en la mesa, en la cena después de ver la Cabalgata y con los nervios infantiles ante la ilusión de los regalos, para escuchar la frase de todos los años: "Niños, acostarse pronto, que como los Reyes vengan y os vean despiertos no os dejan nada".

El primer trozo de rosco de Reyes en aquella cena de los nervios infantiles ante los regalos de la mañana siguiente no estaba mal del todo. Se podía comer, con su fruta escarchada por arriba formando caprichosas decoraciones, el trozo de rosco de Reyes que nos ponían de postre. A la mañana siguiente, en el desayuno del madrugón de la alegría de recoger los regalos que los Reyes nos habían dejado en los zapatos puestos en el balcón, otra vez estaba allí el rosco de Reyes, porque siempre era inmensamente grande. Ya no estaba tan bueno como anoche, tan tierno. Estaba un poco más duro. Lo malo era que quedaba mucho rosco de Reyes, después que hubiéramos hecho la trampa de hurgarlo por debajo para sacarle el regalo envuelto en un papel parafinado. Tanto, que el primer día de colegio no se sabía qué era peor: si que hubieran terminado las vacaciones o que en el desayuno, allí estaba el dichoso rosco, cada vez más duro. Y así dos o tres día más de desayuno con rosco durísimo, aún mojado en el tazón del café con leche. Será por esos malos recuerdos, pero me declaro objetor de rosco de Reyes. Aunque sé que usted lo compra en una confitería que es otra cosa.

 

Correo Correo Si quiere usted enviar algún comentario sobre este artículo puede hacerlo a este correo electrónico

         

 

 

                                      Correo Correo            

Clic para ir a la portada

¿QUIÉN HACE ESTO?

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio