ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  19 de mayo  de 2022
                               
 

Adiós, cabinas telefónicas

Entre Telefónica (y no la niña de Vodafone que nos despierta de la siesta) y el Ayuntamiento, están quitando de las calles de Sevilla 117 piezas de museo de costumbres populares: las últimas cabinas telefónicas. Que últimamente no eran tales cabinas, sino unos como postes planos, con un teléfono por cada cara, al aire libre, no cerradas ni mucho menos con puertas, como las rojas de Londres, que son como un símbolo de la ciudad. Aquí las cabinas siempre fueron chungaletas comparadas con las inglesas. No eran de buena madera, sino de aluminio que se veía endeblito, como la famosa de "La cabina" (1972) de Antonio Mercero y José Luis Garci, con José Luis López Vázquez de actor.

Aunque dicen que las cabinas han cumplido en todo el mundo los cien años, no creo que las de Sevilla fueran tan antiguas. Me suenan más bien a un producto desarrollista de los años 60 del siglo XX. Porque hasta entonces lo que se estilaba era el "teléfono público" en los bares, que tenían en una puerta una placa de porcelana azul con el escudo de Telefónica, que era el mapa de España y tal indicación. El teléfono público era un servicio más del bar, y funcionaba con monedas, que ponías en un resorte y tenías que accionar hacia el interior con un botón; hasta entonces no podías marcar el número al que llamabas. Y la provisión de monedas la tenías que llevar de casa, si la llamada que pensabas hacer era larga, porque el camarero siempre te decía que no tenían cambio. Luego vinieron modelos más complicados, que funcionaban con fichas. Eran como unas monedas, con dos ranuras por una cara y una sola por la otra, que debías meter en el dispositivo de accionar el aparato. Un lío. Pero utilísimo. Desde nuestro mundo actual de teléfonos móviles no se comprende la utilidad de la cabina. ¿Cómo podíamos ir sin que nos pudieran llamar? Porque desde las cabinas llamabas, nunca te llamaban a ellas, más que en escenas de películas policiacas o de espías donde misteriosamente sonaba el teléfono de una de ellas, donde aguardaba una cita el protagonista.

En muchos pueblos, casi el único teléfono que había era el público de la cabina. Que cuando se iba a agotar el dinero que le habías echado, te hacía un pitido para que entraras más monedas o, si no, se cortaba y tenías que volver a llamar. ¿Cuántas citas de amor, cuántas alegrías, cuántas desgracias familiares se dieron desde las cabinas? Sólo por esto merecerían que dejaran alguna como monumento de un tiempo ido y de unas tecnologías superadas. Ah, y desde la cabina sólo podías llamar fuera de Sevilla cuando ya se impuso el servicio automático del prefijo 91 o 93 sin pasar por operadora. Porque si no tenías que ir a la Telefónica de la Plaza Nueva a poner una conferencia...y a esperar que te la dieran. Adiós, viejos teléfonos públicos que ya nadie utilizaba, pero donde el vandalismo urbano se seguía cebando. Me gustaría que dijeran cuál es la ultima cabina que van a quitar, para hacer desde allí una llamada para hablar con la novia y volver a tener dieciocho años.

 

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