ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  2 de septiembre  de 2023
                               
 

Sofocones por Sevilla

A veces nos cogemos unos sofocones tremendos por las cosas de la ciudad, sin causa justificada, porque Sevilla ha llegado a un punto de no retorno, en que cada vez se parece menos a sí misma y a lo que vienen buscando los consumidores de muestra primera industria (o sea, los servicios), como es el turismo. Hay incluso asociaciones dedicadas a la salvación de nuestro patrimonio histórico que se cogen unos berrinches colectivos espantosos ante lo que no tiene ya remedio, como la progresiva desaparición de la arquitectura del regionalismo en los chalecitos de Nervión o la colmatación de La Palmera con mamotretos imposibles e imprensables, por no hablar de los hoteles de cinco estrellas peladas y mondadas, que no tienen nada que ver con lo que fueron los grandes establecimientos de lujo.

Leer las páginas del periódico dedicadas a Sevilla es coger un disgusto diario y yo que cardiólogo recomendaría a mis pacientes que no lo hicieran. Tiene que ser de mármol o de por ahí muy lejos sin el menor arraigo en nuestra tierra quien lea por la mañana determinadas noticias y no se le hiele el corazón o le dé un medio soponcio. Sevilla desaparece un poco cada día. Lo que ocurre es que como es tan extenso nuestro abandonado patrimonio y tan fuerte la personalidad de la ciudad, que por muchas perrerías que le hagan, Sevilla permanece. Basta ver un álbum de viejas fotografías del Archivo Serrano o el libro "Arquitectura Civil Sevillana" para darse cuenta de todo lo que hemos perdido a lo largo de los años. A pesar de lo cual Sevilla permanece y dura, aguanta todos los ayuntamientos que le vengan, sean de derechas o de izquierdas, todos los alcaldes que lleguen al despacho de la Casa Grande de San Francisco.

¿Y el personal? ¿Usted no ha visto que por la calle cada día hay gente más fea, o me lo parece a mí? Y más zarrapastrosa. Peor vestida. En estos días de verano, no ha habido diferencia entre los atuendos del personal de las playas y el de la ciudad, chanclas incluidas, pantalones cortos incluidos, camisetas de tirantas incluidas. Para ver a los sevillanos tan bien vestidos como antes, hay que esperar a Semana Santa o Feria. Por no hablar del olor a sobaquina de los autobuses muncipales, que parece que los viajeros ya aplican el ahorro de agua ante la sequía y no se duchan.

¿Y la calidad humana? ¿Dónde están las grandes personalidades sevillanas, los prohombres? Antes nos conocíamos a los catedráticos de la Universidad por sus nombres, especialmente los de Derecho y Medicina. Eran personajes de referencia en la ciudad, que han pasado al callejero. Ya casi nadie se sabe el nombre de un solo catedrático, y mira que hay Universidades y carreras nuevas. Los niveles de la calidad humana van para abajo que escarban, como un patinete por la Cuesta del Bacalao. Cada vez hay más chuflas y chuflones en los puestos decisivos de todos los órdenes de la vida de la ciudad. Y me parece que esto no tiene ya remedio. Por eso Sevilla está en una situación que, si bien se piensa, ni se merece mosquearse ni alterarse por ella.

 

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