ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 20 de septiembre  de 2023
                               
 

Los colores de Sevilla

Es ya un tópico en forma de canción decir que "Sevilla tiene un color especial". Canción que, aunque muchos creen que es obra de Los Río, que la popularizaron, fue escrita por César Cadaval (sí, el de Los Morancos) y por Miguel Ángel Magüesin. Romero Sanjuán fue el primero que la grabó, en 1988, y desde entonces va unida a la imagen sonora y visual de Sevilla. Pero ¿cuál es ese color especial? Podría preguntárselo a César Cadaval, que debe de saberlo mejor que nadie cuando lo hizo famoso. Pero me inclino por pensar que Sevilla tiene una lírica carta de colores, y todos son especiales. Es como la ingeniosísima frase de que el problema no es saber que Sevilla es la ciudad más hermosa de España, sino cuál es la segunda.

¿Es el color de Sevilla la cal, la blanca cal de las tapias de los conventos, de las casas de los barrios, la cal de Morón que se usaba antes que vinieran las pinturas plásticas, que prefieren porque duran más y aguantan mejor las aguas sin que salgan verdinas y desconchones? ¿O es el color de Sevilla aquel Revetón amarillento con que en vísperas de la Expo del 92 pintaron urgentemente todas las fachadas de las casas abandonadas o medio en ruinas y no daba tiempo de restaurarlas antes del certamen ni había dinero para hacerlo todo de golpe?

Subes a la Giralda y desde el cuerpo de campanas ves una ciudad blanca de azoteas y ocre de tejados. Y piensas que son los colores de Sevilla. Hasta que vas a la plaza de los toros y te suenan a Sevilla el amarillo del albero, el rojo de las barreras, la cal y la almagra de la arquería y de las puertas. Y paseas por la Sevilla que se va quedando vacía y ves muchas fachadas en los colores que nos dejó el Romanticismo: el gris perla, el salmón. Así estaban pintadas, ¿verdad, Paco Robles?, las salas y alcobas de las casas de vecinos, con esos colores que nunca eran de una blanca cal que se conservaba para el exterior.

Se ha levantado una polémica por el color celestón rabioso, mucho más fuerte que el elegante azul concepcionista de la calle Real de Castilleja, con que han pintado una fachada de la calle Imperial y que da bocados a los ojos cuando se contempla desde el interior de los cuidadísimos y clásicos jardines de esa Casa de Pilatos que los sevillanos no saben valorar en toda la grandeza de su belleza y su historia. Ha coincidido en el espacio ese color celestón de bar de lucecitas con la cal predominante de la calle, y en el tiempo, con la mano de rabiosa pintura rojiza brillante que le han dado al exterior del Real Círculo de Labradores, el del maravilloso patio del desamortizado convento de San Acacio, que envidiaría cualquier club inglés. Recordamos de siempre la fachada del Labradores, en la esquina de Sierpes con Pedro Caravaca, pintada con ese tono rojizo. ¿Herencia quizá de cuando estaba allí Correos, antes de inaugurarse el edificio de la Avenida de la Constitución? No sé. El caso es que el sevillano se acostumbra a los colores de la ciudad y hasta le choca saber que en un tiempo la Giralda estuvo pintada en tono rojizo. Sevilla, en efecto, tiene un color especial: el de la memoria de cada sevillano. Aunque de vez en cuando, alguien se salta ese código no escrito y hace que, avergonzada, a Sevilla le salgan los colores a la cara.

 

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