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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, jueves 10 de junio  de 1999


Magnolias

Magnolia grandiflora
Flor de Magnolia Grandiflora

Las manos amorosas de una mujer loreña, que saben de la calor del solano, han cortado tres flores de un magnolio de la Dehesa de Tablada, por donde el mismo río de su pueblo anda ya más cerca de la mar, y me las han traído hasta el escritorio, como una despedida de la primavera. Orgullosas, altivas, rotundas, traen las tres magnolias solitarias la compaña breve del tallo que en el árbol las sostuvo, con unas pocas, lustrosas hojas como para alancear la tarde. Tienen la color tan blanca que de azúcar cande parecen. O no. Son de terciopelo blanco del manto de una reina de cuentos infantiles. Como la túnica de los mercedarios de la cofradía de Pasión, parece ahora que están en el cristal de su florero como escapadas de las esquinas de un paso de gloria, y en su color recuerdan a todas las flores blancas de Sevilla, al furtivo azahar de marzo, al abrileño jazmín , los agosteños nardos de la Virgen. Hay una Sevilla de flores blancas y una Sevilla de flores de color. Una Sevilla de magnolias y una Sevilla de bouganvillas, una Sevilla de acacias y una Sevilla de jacarandas.

Quizá hayan sido las jacarandas, mujeres que amo, las que me hayan traído hasta el escritorio estas tres magnolias como una despedida. O quizá sean el tiempo detenido en el baile de los seises. Yo recuerdo tardes de silencio y campanas, de pregones por las esquinas, cuando estaba ya florecido el magnolio del Alfolí, frente a Correos. En el barrio nos daba la hora cierta de los días plenos de esta primavera tardía, compás y atrio del verano. Nos decía que ya había pasado la Majestad en Público del Sagrario, con los carráncanos yendo entre marchas de la Banda de Soria y mantones de Manila por los colgados balcones de Varflora, de Malhara, de San Diego. El magnolio de la Catedral nos anunciaba el Corpus, la alternativa de uno del Aljarafe quizá en la plaza de los toros, la tropa cubriendo la carrera y rindiendo sus armas a la Custodia. Estaba florecido el magnolio del Alfolí y ya Sevilla sonaba a verano. Bajaban los vencejos, una y mil veces, desde la cruz arzobispal que remata la Puerta de la Ascensión de la Catedral a los adoquines de la calle.

Y aquel pregón de las magnolias. Como un sueño, en estas tres blancas magnolias, oigo al hombre que las pregona. Las lleva vendiéndolas en un florero de hojalata, apoyado al cuadril, como un árbol metálico, donde cada rama es un cilindro con agua para la suprema delicadeza de las flores señoriales. Pasa por la esquina de la calle Bayona, camino de Casa Morales, donde las malas lenguas dicen que entra pregonando las magnolias y sale atufado, regalándolas con requiebros a las mocitas guapas del Postigo. Este olor tan envolvente, tan de tocador de novia, tan de frascos de Casa Juanito en la plaza del Salvador, esencia de Sevilla, me trae el pregón por las esquinas de la niñez:

-- ¡Niña, las magnolias, acabaítas de cortar...! ¡ Llevo mis magnolias, magnolias qué bien huelen...!

Ya no se cortan magnolias. Hacen bien. Las golondrinas no se matan porque les quitaron las espinas al Señor y las magnolias no se cortan porque de ellas la Virgen sacó el blanco de sus pañuelitos de encajes de los palios. Las magnolias, desconocidas, siguen altivas en los secretos árboles de Sevilla para quienes las quieran gozar en su solitaria belleza. O para que una manos amorosas de mujer loreña, trayéndomelas, me devuelvan a la infancia. La verdadera patria entre magnolias.

El magnolio en la "Guía de Arboles de España"

 

 


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