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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, jueves 5 de octubre del 2000

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO



La avalancha

Los Médicos sin Frontera la han encontrado. No lejos de Vejer de la Frontera o de Castellar de la Frontera. Por los caminos, trochas y veredas de esos pueblos blancos que trepan en las lomas que ascienden desde las playas quieren huir hacia el paraíso los desnudos hijos de la mar africana que llegan a Tarifa. Machado dedicó un poema a lo bien que sacaba de pila los topónimos el que le puso el nombre a Sierra Morena. Tarifa tampoco está mal. Estamos viendo cuál es la Tarifa que hay que abonar para pasar del Tercer Mundo africano al Tercer Mundo andaluz: la muerte, la extenuación, la hipotermia. Y el calabocito claro de la piscina municipal tarifeña de la playa de Los Lances, junto al prodigio de artesanía de la fábrica de conservas de melva canutera y de caballa de La Tarifeña.

Triste cante de ida y vuelta el de los africanos de las pateras. Lo peor no es cómo llegan, los que mueren en los caminos de esa mar estigia de la patera de Caronte. Lo peor es que tienen que volver. Muchos periodistas se han metido ya en las pateras, Homeros que han narrado en primera persona la odisea, Dantes que han leído en Tánger el "perded toda esperanza" que las barquillas llevan escrito en la quilla, como un nombre caletero de mujer. Nadie ha hecho el camino de vuelta. Si el camino de llegada era terrible, pero lleno de esperanza, de poder tocar con los dedos el paraíso, ¿cómo será la vuelta? ¿Cómo los devuelven? ¿En qué calabocito oscuro de la sentina de un transbordador los llevan? ¿Dónde los meten cuando los desembarcan en la morería? ¿Qué les hacen en sus países, cuando se enteran de que se han querido escapar, qué digo yo, de la generosa y coronada dictadura alauita del primo de nuestro Rey? Esto sí que es un triste camino de vuelta, y no el que cantan los coros rocieros.

Ahora, la avalancha. La playa de los Lances, entre viejas vaquerías y abandonados búnqueres de la II Guerra Mundial, es pizarra del Guinness donde se apunta cada día el récord con el pizarrín del dolor, como si fueran los días que faltan para el Domingo de Ramos. Ayer llegaron 445. Como el que oye llover en Grazalema. Como si fueran 544. Nos da igual. Pasan a la oscura, insensible estadística de los muertos en carretera el fin de semana, del balance de asesinados por la ETA, del número de mujeres acuchilladas por sus maridos. España limita al Norte con la sangre y al Sur con la indiferencia. Tienen que ser los Médicos sin Fronteras los que suplan el desinterés de toda la sociedad. Y del Estado, ojo. Lo de Tarifa no es un problema de caridad que deban remediarlo unas damas benéficas y el rastrillo de unas batas blancas. Para asistir a ese éxodo tenía que estar allí a pie de playa el propio Estado, y no para esposarlos y detenerlos. Más Cruz Roja y menos Guardia Civil. Por menos mandamos tropas a Bosnia. ¿Qué hace la Sanidad militar en los cuarteles y no asistiendo a estos desheredados a pie de agotamiento, a pie de muerte en la arena finísima de las orillas del río Jara? Ah, viste tanto despedir a las tropas cuando van a Bosnia... Pero aquí abajo tenemos una Bosnia de la que no nos queremos enterar. Son un número. Unos días vienen 57, otros 14. Ahora, la avalancha, los 445. Da lo mismo.

Los Médicos sin Frontera la han encontrado en Tarifa. Nosotros tenemos el corazón de los valores éticos perdido colectivamente hace mucho tiempo. Y eso es más difícil encontrarlo.

Sobre el drama de las pateras, en El RedCuadro:

Las pateras del Estrecho, vistas por Idígoras y Pachi  

Las pateras

La fiesta de moros y cristianos de las pateras

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