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Si
digo "El Olivencia", no es que esté nombrando
despectivamente al excelentísimo señor doctor don Manuel
Olivencia Ruiz. Si digo "El Olivencia" no es que haya
roto a hablar como Jacinto Pellón, cuando decía:
-- El Olivencia ése, que es un tío chumino... ¿Pues no que
se ha emperrado en hacer una auditoría de la Expo?
Si digo "El Olivencia", no es porque lo esté
mentando a la catalana, en plan La Montse por Caballé o la
prima de Juan Marsé. Si digo "El Olivencia" no es que
lo esté nombrando con los cánones de la antigua prosa
procesal, donde se hablaba de El Escámez o El Tarta, y no como
ahora, que todos son El Presunto.
Si digo "El Olivencia", y aquí se acaba el exordio
de la entrañable transparencia, lo escribo con toda propiedad.
Propiedad intelectual, naturalmente. En las librerías
universitarias españolas está ya "El Olivencia". Por
fin. Ya era hora. "El Olivencia" es como con toda
justicia será pronto llamado el "Tratado de Derecho
Mercantil" que acaba de publicar el profesor a quien en la
rebullasca de la poca lacha del 92 proclamamos Verecundiae
Magister. La mejor inmortalidad para un libro es el
artículo determinado aplicado al apellido de su autor. Todos
los libros fundamentales que llenaron nuestra vida universitaria
llevaban el artículo por delante, como Angel Peralta en un
antiguo paseíllo con un solo rejoneador. Los de Letras
estudiamos con El Aguado Bleye, El Angulo Iñiguez, El Millán
Puelles. Los de Derecho, con El Castán. Los de Medicina, con El
Ors Llorca. Los que consultábamos El Casares nos hemos pasado a
El María Moliner. A los aficionados no hay que subrayarles la
importancia de El Cossío.
Gracias a Dios, el apellido Olivencia entra en el anaquel de
los libros con artículo determinado por delante. Queda, así,
en su sitio. Corría el riesgo Olivencia de quedar difuminado
ante Dios y ante la Historia con el lance de honor, y nunca
mejor dicho, de su dimisión de la Expo, o con las
circunstancias de su rastra familiar. Hombre, antes que fuera
autoridad local como comisario de la Expo, Olivencia era ya
autoridad mundial en Derecho Mercantil. En cuanto a la rastra
familiar, era preocupante que a Olivencia empezara a conocerlo
la gente como el suegro de Javier
Arenas. Ahora, en todo caso, Javier Arenas será el yerno del
autor de El Olivencia. Maestrante de Ronda, por cierto, no como
hijo de su padre (que es lo que le decía Pellón), sino como
cabeza de estirpe de nobleza serrana, que es lo que tiene
mérito. A estos efectos, Olivencia es maestrante de Ronda con
los mismos méritos que el Marqués de Salvatierra, pero no el
actual, Rafael
Atienza, sino el primer marqués de Salvatierra.
Compro, pues, un resto de cohetes que le quedaron al que los
tiraba con la Hermandad del Rocío de Ronda y los lanzo al aire
de la alegría académica, que es como llevar al "Gaudeamus
igitur" de romería. La Expo tuvo sus grandes
beneficiarios: los que pegaron el pelotazo cuyos frutos exhiben
en los yates de Puerto Banús o en los enganches de la Feria.
Pero tuvo también sus grandes perjudicados. A un comisario
cesado, a Jesús Aguirre, la Expo le costó la depresión que lo
llevó a la tumba de Loeches. Al comisario general, a Olivencia,
la Expo le costó un honorable tópico de dimisionario del que
se librará para los restos cuando los estudiantes nombren el
Tratado de Derecho Mercantil con el artículo y su apellido.
Sobre Manuel Olivencia, en El
RedCuadro:
"Del "pellón" al "olivencia" "
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