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A
Rosa su padre le había puesto un asador de pollos en Armilla.
De donde nunca debió salir. No digo de Armilla, sino del asador
de pollos. Rosa está muy bien para un asador de pollos. Donde
no está nada bien, y a los hechos me remito, es estampillada de
Rocío Jurado en Eurovisión. La medida de Rosa quizá sea el
asador de pollos. Pero la culpa no es de ella, sino de quienes
la sacaron del asador de pollos. Es lo que, del presidente
abajo, ocurre en Andalucía: que todos estamos fuera de cacho.
Doy nombres. Chaves estaba tan tranquilo en su asador de pollos
de Madrid y lo mandaron a Andalucía de candidato a palos.
Núñez Castaín estaba en su asador de pollos de la Consejería
de Turismo y hasta tenía los cuellos de las camisas bordados
por Mariana Pineda en persona, cuando su señorito lo mandó a
la Operación Triunfo del Congreso de los Diputados. Servidor
mismo no estaba en un asador de pollos, sino en la freiduría de
la Puertalarená, escribiendo en los papeles del pescao frito, y
lo quitaron del adobo y lo pusieron en este papelón.
Aquí, por lo visto, es dificilísimo que cada uno esté en
su sitio. Rocío Jurado está en La Moraleja respondiendo
demandas de antiguos chóferes y antiguos yernos, y su admirador
Borbolla está dando clases de Derecho del Trabajo. Por el
contrario, de presidente está Chaves y en Eurovisión, Rosa.
La máxima hasta ahora era que una
persona inteligente puede superar un fracaso, pero que un tonto
no puede digerir un éxito. Se ha quebrado. Rosa no ha
podido superar el fracaso de Tallin tras no haber digerido el
éxito en la Operación
Triunfo. Otra máxima rota: el toro pone a cada uno en su
sitio. Y también Eurovisión. De momento, ha devuelto a Rosa al
asador y al otro a los albañiles, de donde nunca tampoco debió
salir. Demuestran estas negaciones de la experiencia que tal
ocurre por consagrar la chapuza y el supremo principio de que
todo el mundo sirve para todo. Mandar aficionados a Eurovisión
es como si enviáramos a Cannes como representación de España
el vídeo de la primera comunión de un sobrino, hecho por un
cuñado.
Y al final, pero no lo último, la inmensa desolación del
nivel de expresión de la muchacha del autoempleo en el asador.
No es que hable andaluz, que eso es un orgullo: es que no sabe
expresarse, que es una cosa muy distinta. En las películas de
Martínez Soria, en plena dictadura, salían arquetipos de
catetos menos catetos que Rosa, que encima va de moderna. Es lo
que deja más amargo sabor de boca. Considerar que esta muchacha
ha nacido y crecido en la Andalucía de la autonomía. Ha
disfrutado de todas las excelencias económicas, sociales y
culturales de la modernidad. Ha asistido a una escuela integrada
en un sistema educativo, dicen, completamente progresista. Y no
sabe ni expresarse: ojú, chiquillo... La pobre Rosa es un
triste símbolo de esta Andalucía que perdió su arrasada
cultura popular agraria tradicional y no adquirió ninguna otra
enseñanza a cambio. Los abuelos de Rosa probablemente se
expresarían hermosamente con palabras del campo, con
sabidurías tradicionales de Armilla. Eran transmisores de una
cultura. Tenían una cultura. Esta muchacha lo único que
evidencia es que perdió esa cultura agraria y ni siquiera
recibió una enseñanza adecuada. La voz la da Dios, pero lo que
se dice con esas cuerdas vocales más o menos privilegiadas o es
cultura popular o es escuela y en este caso, ninguna de las dos
cosas.
Así que pueden estar ustedes contentos, señores
responsables de la Educación en Andalucía: si lo que sale de
la escuela progresista es Rosa, lo de menos es Tallin. Lo peor
es que han llenado ustedes Andalucía de iletradas Rosas que no
saben ni expresarse.
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