Por
las columnas de convocatorias de cultos de las Gradas,
naranjos ya en flor de la calle Alemanes, viene muchas
noches desde la Alcaicería de la Seda a la calle de la Mar.
Desde el revellín de la calle Florentín donde está la
taberna de tinto y cofradías que llaman El Consejillo, llega
con unos amigos a la caoba solemne, como de paso antiguo,
del mostrador de Casa Morales. Anoche venía con Carlos
Morillas, el de La O y La Cena, el que trabaja en la
contaduría de la plaza de los toros. Es Antonio Rodríguez
Buzón, el pregonero de este año.
Anoche llegó a Casa Morales, y Puente, el camarero, sin
preguntarle, le puso su negro con agua. Allí se encontró con
Burgos el sastre, que iba a tomarse su copita de aguardiente
de todas las noches, llevando a su niño, al que una noche le
presentó allí al Pollo Posturas, el banderillero de José, y
otra a Martínez de León, el que dibuja su Oselito en el
«España» de Tánger.
El sastre se acercó a saludar a su tocayo, amigo y compañero
Buzón, también del comercio de esta plaza, con bisutería en
la calle Sagasta. Carlos Morilla le dijo, delante del poeta:
-¿Qué, mañana vendrás al pregón en el San Fernando, no?
¿Quieres una entrada para ti y otra para tu niño? No veas
que cosa más bonita va a hacer Antonio...
-No, no puedo, mañana domingo el taller viene entero a
trabajar. No veas la cantidad de prendas que tenemos que
entregar para los estrenos del Domingo de Ramos...
Lo oía todo, con los ojos muy abiertos, el niño del sastre.
Su padre le dijo:
- Mira, Antoñito, este señor va a dar mañana el Pregón.
Nosotros lo oiremos por la radio en la sastrería.
Vino la mañana. Puertas cerradas y taller abierto en la
sastrería de una Avenida con tranvías, Fillol y Rosa de Oro.
Antonio el oficial, Rafael el planchista, Mercedes la
primera oficiala, Pepito, las aprendizas, todos han venido a
echar fuera el trabajo del Domingo de Ramos. Hasta Manolo
Bolaños el dependiente, que por fin va a salir de nazareno
en la Macarena, ha venido para echar una mano. Ruido de
máquinas de coser. Chasquido de alfileres contra entretelas
y guatas. Y la radio: «Conectamos con el Teatro San Fernando
para ofrecerles la retransmisión del Pregón de la Semana
Santa...» Suena la voz del concejal Juan del Cid. Presenta
al pregonero entre el jaboncillo y los hilvanes del taller.
Ahora Braña dirige «Valle», la marcha que el hijo del sastre
le escucha todas estas mañanas al maestro Pantión en el
armónium de la capilla de Portaceli. Y cuando termina
«Amargura», al sastre, que está cortando un traje Príncipe
de Gales con su mano encallecida en la tijera, se le escapa
de su alma de corral de la calle Pedro Miguel un: «¡Óle!»
Y se hace un silencio de agujas y bobinas. Y el humo de la
plancha quiere ser incienso para la voz del pregonero por la
radio. Como un rito, como una perfección. El niño del sastre
ayuda quitando hilvanes a las prendas ya probadas y no sabe
ahora que un día tendrán para él un repeluco especial estos
versos del farol del Señor que trae la radio:
Toda Sevilla, Señor,
es borde de tu camino;
toda su luz, resplandor
de tu farol encendido...
Y a compás la cera llora. Y va sola La Soledad camino de San
Lorenzo. Y por calle Sol no cabe. Y busqué flores para Ti. Y
si alguien te alza la mano... El niño lo va oyendo todo,
hilando su memoria mientras quita hilvanes de delanteros.
Sin saber que llegará un día, dentro de cincuenta años, en
que volverá a escuchar esta voz, estos versos, este
pellizco, la emoción del recuerdo vivísimo de esta radio
encendida en el taller de un sastre. Para él Sevilla y la
vida son todavía un Domingo de Ramos por estrenar con el
traje que su padre está poniendo de prueba mientras suena
por la radio el único pregón que hubo y habrá.