ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Del Carambolo al Quioscazo

Ya está, acabáramos. ¡Eureka!, que dijo Torrijos cuando descubrió que las almejas son de derechas. Ya sé por qué en Sevilla se encuentran tantísimos restos arqueológicos. Porque como aquí todo se hace tan zumbando y con tanto chapucerío, lo actuado en El Cristina con el Quioscazo ha sido seguir la tradición. Al quiosco que se tragó la tierra de la capa freática le han hecho lo de siempre: echarle por encima lo que en Sevilla se llama clásicamente «un pasaministro», y vámonos que nos vamos, mantente mientras cobro.

Ahora me lo explico todo. Aquí escarbas un poquito para despilfarrar el dinero, ¿qué te digo yo?, poniendo un Tranvía Inútil, y te aparece un horno almohade. ¿Qué hacía allí abajo un horno almohade? Pues muy sencillo: resulta que los moros estaban haciendo el Metro, que entonces era el Al Metro, y se les hundió el suelo, se abrió un Al Bujero grande, y el horno con el que se ganaba la vida honradamente el panadero moro Ibn Polvillo se fue lo que se dice al carajo. Se lo tragó la tierra. Intentaron sacarlo, pero no hubo forma. ¿Y qué hicieron? Pues echarle por encima un pasaministro, que entonces se decía un pasavisires, y lo dejaron enterrado. A partir de ahí, conocen la historia.

Con las columnas de la calle Mármoles pasó igual. Las columnas formaban parte de la pérgola de un chiringuito con veladores que autorizaron allí a un tabernero amiguete. Y como quiera que Julio César, aparte de cercar Sevilla de muros y torres altas, se empeñó en hacer un Metro, que entonces era el Metrum, y lo hicieron en plan chapuza y deprisa y corriendo, porque había elecciones a procónsul de la Bética, pues pasó lo que pasó. La tierra se abrió en un Socavonum Magnum, y se tragó la taberna y parte de las columnas. Y aunque la intentaron sacar, no pudieron, por lo que decidieron taparla inmediatamente, dejándola dentro, y echando por encima un pasaministros (entonces, un pasacésares), a pesar de lo cual parte de las columnas se les quedaron por fuera.

Lo del Carambolo es algo así. Ni tartésico ni fenicio: lo del Carambolo es el puestecillo ambulante de un subsahariano que vendía bisutería barata, paisa, barata, gafas y bolsos de marca falsificados, y que se hundió cuando Argantonio construía la línea de Metro de la Venta Gaviño a Castilleja. Y como no pudieron sacarlo, lo enterraron y listo. La Venus de Itálica, cuanto ha aparecido en La Encarnación, todo es igual: cosas que se tragó la tierra con la dichosa capa freática y que como no pudieron sacarlas, las enterraron para siempre, aplicando el principio tan conocido: «Una buena capa (freática) todo lo tapa».

A la vista de lo sucedido con el Quioscazo, desconfíen, pues de lo que cuenten los arqueólogos sobre la vida cotidiana de los sevillanos de la antigüedad según deducen de lo que encuentran en esos restos arqueológicos. Porque pasarán los años y los siglos, y un buen día, hacia el año 3050, estarán haciendo cualquier tontería para despilfarrar el dinero en la Puerta Jerez y los arqueólogos encontrarán los restos del Quioscazo. Y como entonces ya no sabrán lo que era un quiosco, porque la prensa de papel habrá desaparecido, dirán muy serios: «Los restos hallados en la Puerta Jerez pertenecen a lo que a comienzos del siglo XXI llamaban Tienda de los Desavíos, y demuestran que los sevillanos de esa época se alimentaban de pipas de girasol, con o sin sal; de gominolas con forma de osito; de pictolines y de gusanitos, alimentos que compraban mediante los instrumentos de pago de esa civilización, a saber: el bonobús y el décimo de lotería, de los que se han encontrado gran cantidad en el yacimiento arqueológico estudiado, señal evidente de que en aquel tiempo no había en Sevilla crisis económica alguna ni nadie estaba parado ni mucho menos tieso como la mojama, resgistrándose una gran actividad en el gremio de la construcción y especialmente en el sector inmobiliario, a juzgar por la cantidad de hormigón que el yacimiento tenía encima, qué forma de echar hormigón, maestro».

Así que enseguía me voy yo a creer de ahora en adelante lo que digan los arqueólogos de la escobillita cuando se encuentren dos ánforas romanas locas y un fondo de cabaña fenicio. Que dicen ellos que es fenicio, pero que a lo mejor es de un quiosco de tiempos de «El Noticiero Sevillano» y de «El Liberal», que se hundió cuando el Alcalde Palanqueta derribaba media Sevilla.

 

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